La ansiedad por separación es un hito, un momento evolutivo que forma parte del desarrollo normal de los niños. Suele ocurrir entorno a los 7, 8 o 9 meses. Depende siempre de cada niño, puede producirse más adelante, a los 18 meses, pero de forma habitual se produce antes de cumplir el año.
¿En qué consiste la ansiedad por separación?
La ansiedad por separación se produce cuando el niño pierde de vista a la figura de apego principal, normalmente su padre o su madre, y comienzan a llorar desconsoladamente, con mucha intensidad y mucha tristeza. Ese agobio desaparece en cuanto la figura de apego vuelve a entrar en el campo de visión del niño.
Los adultos también viven esta situación con mucho agobio porque no pueden desaparecer de la vista del niño ni un instante sin que comience el lloro, pero recordamos que esto es solo otra etapa más. Tarde o temprano la ansiedad por separación desaparece y cuanto más ayudemos al niño, más pronto desaparecerá y más fácil será la transición.
¿Cuándo es un problema?
Podemos detectar que hay un problema en el momento en el que, aunque aparezca la figura de apego, el agobio, la intensidad y el llanto no desaparecen y esto se prolonga durante un tiempo.
Si tu hijo lleva varios días, semanas o incluso meses en los que esta ansiedad aparece en el momento que no está la figura de apego y permanece durante mucho tiempo, aunque la figura de apego haya regresado, es recomendable que acudas a un psicólogo infantil ya que es un problema que normalmente tiene fácil solución.
¿Cómo podemos ayudar a los más pequeños cuando nos tenemos que separar de ellos?
En primer lugar, tenemos que entender que nuestras emociones se transmiten. Es decir, si estamos tensos o tristes, aunque sonriamos, los niños lo van a detectar. Hemos de tratar de identificar de dónde vienen nuestras ansiedades y miedos si es que los tenemos. Manejando nuestras propias emociones les ayudamos a ellos. Las emociones son como un espejo, se contagian.
Hay que legitimar las emociones. Tenemos un miedo atroz a hablar de las emociones negativas con nuestros niños porque no queremos que ellos sientan tristeza, pero, en realidad, no lo podemos evitar y no es malo. Cuando no prestamos demasiada atención a estas emociones lo que estamos haciendo es intensificarlas.
Tendemos a evitar la mamitis o papitis yéndonos en los momentos en los que los niños están distraídos o contentos, pero esto no es la solución, porque en el momento en el que el rato de distracción pasa y el niño se pone a buscar a su madre y no la encuentra, la ansiedad y el agobio le golpean de nuevo, por lo que intentarán evitar ratos de juego por miedo a que su madre se vaya. Es muy importante enseñarles a expresar y manejar las emociones que sienten a través de la verbalización de las mismas.
La ansiedad por separación no es, ni más ni menos, que el miedo a la soledad, el miedo a que mamá se vaya y no vuelva a aparecer. Los niños no tienen la permanencia del objeto, es decir, no saben que si algo o alguien desaparece puede volver a aparecer, eso tenemos que enseñárselo poco a poco.
Otra recomendación es jugar al “cucu-tras”. Es un juego muy divertido para hacer con los pequeños alrededor de los 6 meses, porque ayudamos al desarrollo cognitivo y psicomotor del bebé y además les enseñamos que, aunque desaparezcamos podemos aparecer de nuevo. A medida que van creciendo podemos cambiarlo por el “escondite”.
Un aspecto a tener en cuenta en relación con el miedo y la ansiedad que viven los pequeños es que el tiempo que pasemos con ellos sea de calidad. A veces, por falta de tiempo, mientras estamos con los niños también estamos haciendo una segunda actividad. Hay que dedicar ratos a estar única y exclusivamente con ellos para que se sientan realmente escuchados. Esto hará que su educación emocional y su estabilidad se vean incrementadas y crecerán felices atravesando esta etapa de la mejor manera posible.
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