¿Cómo consigo que mi hijo hable más conmigo y me cuente las cosas?

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Adolescencia
Maria Dolors Mas
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Hace unos días, tenía en la consulta a unos padres jóvenes – pero no debutantes – de tres hijos, entre los 10 y los 17 años. Acudían porque necesitaban pautas para “llegar a sus hijos”. La menor está en aquella edad de “tierra de nadie” en que se preocupa más por sus múltiples “novios” de la escuela  que por los estudios. La hija mediana, llegada a la pre-adolescencia, no cuenta nada porque “mamá, no te enteras” y “papá, ¿no sabes nada o qué?”. El hijo mayor, adolescente, entra en casa para cambiarse de ropa o de mochila y volver a salir o pedir dinero y es común escucharle un “voy con mis amigos y no me controles por whatsapp”. En esas estamos. Estos padres se empiezan a encontrar con tres personas en casa a las cuales no saben cómo tratar y no saben si deben ser sus amigos para que les cuenten “sus cosas”.

que ocultan nuestros hijos¿Puedo y debo ser amigo de mis hijos?

Como ya dijimos en un anterior artículo en Siquia, “Mi hija es mi mejor amiga, los padres caen en los extremos de una forma peligrosa y confunden la complicidad con la amistad. Nos consideramos “los mejores amigos de nuestros propios hijos” a pesar de que esto genera en los adolescentes desde inseguridad hasta ansiedad y muchos no se sienten respetados. Ante tanto conflicto, los padres se ven incapaces de manejarlos puesto que no entienden qué ocurre ahora: sus hijos se enfadan si les tratan como figuras de autoridad pero como amigos ¿qué ocurre?

La amistad anula la autoridad de los padres. No es posible que ambos conceptos se den a la vez. En el rol de padres porque sus fines son distintos: la autoridad educa, la amistad no lo hace. Para poner un ejemplo, una regla no será tomada en serio si la figura del padre se ha convertido en “amigo” porque ha perdido autoridad y no podrá sancionar.

En el rol de padres la autoridad educa, la amistad no lo hace

Tus hijos pueden tener muchos amigos pero solo un padre y una madre. Imaginemos que los padres son los amigos de los hijos, entonces ¿quién educa? ¿de quiénes recibirán los hijos la formación sobre valores o integridad moral? Todos los hijos, independientemente de su edad, necesitan un padre y una madre, por un lado, y amigos por otro.

Qué opinan los psicólogos

Veamos la cuestión desde la perspectiva de diferentes psicólogos. Los padres deben ser cautelosos con la expresión «no cuenta nada» referida al hijo puesto que hay cosas que los hijos no cuentan -ni contaron ni contarán- a los padres, como lo referente a «sus sueños y pesadillas, al primer amor, a ideas de suicidio y pensamientos de fuga, sus preocupaciones, lo que les dicen sus amigos, sus creencias religiosas, el temor a quedarse solos por un accidente de los progenitores…«, asegura Javier Urra, psicólogo y autor de ¿Qué ocultan nuestros hijos? (La Esfera de los Libros). Y añade que, durante la adolescencia, «los hijos están ganando autonomía y necesitan distancia, silencios, hasta pequeños secretos porque son una parte necesaria de la evolución hacia la madurez”.

De alguna forma, siguiendo la misma línea, Javier Elzo, autor de El silencio de los adolescentes sostiene: “No solo es normal que los adolescentes no cuenten algunas cosas en casa, es sano, correcto y beneficioso. Hay una zona de intimidad en las personas – y también en los adolescentes- que hay que preservar y es bueno que se preserve; los padres no tenemos por qué saber todo lo que hacen o dejan de hacer, piensan o dejan de pensar nuestros hijos”.

Sin embargo, según Pilar Guembe, pedagoga y coautora, con Carlos Goñi, de No se lo digas a mis padres (Ariel) y No me ralles (Nabla): «A los adolescentes siempre les ha costado hablar con sus padres y a los padres con sus hijos. Lo que ocurre es que la comunicación es ahora más necesaria porque las condiciones educativas han cambiado muchísimo: hemos ganado en libertad y expectativas pero hemos perdido en autoridad y respeto, y la sociedad es más compleja y hay más variables que controlar”.

¿Qué nos ocultan nuestros hijos adolescentes? ¿Es lo mismo ocultar que mentir?

La inmensa mayoría de las ocasiones, aquello que nos “ocultan” son cosas que – a ojos del adulto – pueden carecer de importancia pero para nuestros hijos constituye un mundo: el primer chico/a que les gusta, el primer beso, dudas sexuales, dudas sobre la diferencia entre enamoramiento y amor o, incluso, dudas vitales y existenciales más profundas como ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿qué pasará después?

Demasiadas veces, mientras los hijos desearían compartir estas inquietudes con sus padres, se encuentran con unos padres que -nada más abrir la puerta – son más fiscalizadores y tienen una batería de preguntas ya preparadas ¿de dónde vienes? ¿has hecho el trabajo? ¿con quién has estado? ¿sabes a la hora que volviste? En la mayoría de las ocasiones saben lo que han hecho mal pero sólo la pregunta les hace retroceder ante la posibilidad de pedir perdón o dar algún tipo de explicación. De cualquier manera, los padres actuales son más permisivos que los de generaciones anteriores y, por tanto, “lo único que ocultan los jóvenes entre 17 y 18 es aquello que puede dañar” según Urra.

Aquí aparece el problema: ¿si ocultan información a sus padres, les mienten? En sentido estricto, sí. En un sentido más amplio es parcelar la información, evitando todo aquello que sea innecesario. Por ejemplo, ¿es necesario decir la primera vez que se ha mantenido relaciones íntimas? Seguramente, dependerá del sexo del adolescente, de su edad, de su nivel de madurez pero, sobre todo, de su grado de confianza con sus padres. Aunque en un primer momento es mucho más posible que se lo cuente a un amigo.

Javier Urra Portillo
Javier Urra Portillo

Según Urra “la mayor parte de los secretos de los adolescentes son inocentes, y los que no lo son es mejor que los compartan con otros adultos que no sean los padres”. De hecho, es así. ¿Cuántas veces nos hallamos en la consulta con adolescentes de 16 a 18 años, que piden acudir a sus padres a la consulta del psicólogo por “una crisis existencial” por inseguridades, timidez, baja autoestima? En el fondo buscan a alguien con quien poder comunicarse y hablar de todas sus inquietudes.

Por otra parte, muchos padres también se callan sus “pequeños secretos” delante de sus hijos por temor a perder su autoridad.

¿Cómo nos podemos comunicar?

Para poder establecer una buena comunicación, ante todo, debe existir un clima de confianza. Hemos de ser capaces de hablar sin generar miedo a que una parte se escandalice, riña o castigue y sin que la otra parte se sienta juzgada, oculte información o prefiera a otras personas para explicar “sus cosas” . Esto solo es posible si a la vez existe un respeto mutuo en que los padres fomenten que sus hijos sean autónomos y no invadan ni su privacidad ni su intimidad.

Según Guembe, “es imprescindible que haya comunicación padres-hijo porque sin comunicación no se puede educar. Si no hablamos con ellos no sabremos qué hacen, qué piensan o qué sienten y, sin saber esto, no les podremos educar”. Obviamente, cualquier polarización se debe evitar. Los padres que controlan a sus hijos adolescentes a través del WhatsApp durante todo el día, por poner un ejemplo, no van a conseguir así que la comunicación fluya sino precisamente el efecto contrario. Los hijos se cierran en banda y hablan menos.

Lo mismo ocurre cuando nos encontramos delante de los padres que agobian con preguntas – algunas indiscretas – o aquellos que, cuando tienen una oportunidad, les leen los mails o les repasan los mensajes del móvil. Quizás sería momento de pararse y preguntarse qué sentías cuándo tenías la misma edad que tu hijo y  tus padres hacían algo parecido.

Es imprescindible que haya comunicación padres-hijo porque sin comunicación no se puede educar

En su libro, Guembe sigue afirmando «si los padres no respetan su intimidad, si sólo sermonean, si siempre hablan de lo mismo, si no les escuchan, si los hijos ven que se creen que lo saben todo y nunca se equivocan, será más difícil crear un ambiente adecuado para el diálogo.” Siguiendo con el ejemplo anterior, en lugar de controlarlos por WhatsApp cada cinco minutos, es mejor que antes de salir les pidamos que enciendan el móvil y no lo apaguen, por si fuera necesario ponerse en contacto. Hemos de hacerles reflexionar  sobre que no es un hecho coercitivo sino la expresión de una mera probabilidad y que tenemos plena confianza en ellos. De alguna, así les enviamos el mensaje “estamos aquí”, es decir, dispuestos a escucharte, si hace falta, pero sólo si quieres y sin que signifique un tercer grado.

Obviamente, todo ello se debe haber empezado a poner en práctica desde pequeños; de nada sirve “nos vamos a portar bien” en plena adolescencia si resulta que nunca os habéis portado bien entre vosotros.

Está claro que muchos padres de los adolescentes actuales están estresados y agobiados y, como dice Elzo en su libro «los chavales lo perciben y tienen un doble sentimiento: por una parte, la necesidad de hablar con sus padres de lo que a ellos les interesa – no de lo que les interesa a sus padres – y, por otra, algo nuevo que antes no se tenía, el temor y cierta preocupación por no dañar, no preocupar y no molestar a los progenitores”. No es tan sólo que el adolescente no cuente nada, sino que, demasiadas veces, lo hace por no causar más estrés o agobio en sus padres o para que no se acabe convirtiendo en un diálogo donde los padres ejercen casi de “hijos” donde cuentan aquello que es causa de insatisfacción vital. Los hijos aparcan sus propios problemas ya que ellos mismos los consideran niñerías o poca cosa en comparación con lo que cuentan sus progenitores.

¿Se equivocan los padres?

Muchos padres sienten que se equivocan o, incluso, que han fracasado porque no pueden o no saben establecer una comunicación fluida con su hijo adolescente.

En primer lugar, debéis tener claro como padres que con vuestros hijos adolescentes, obviamente, se puede hablar  aunque os e cueste. Lo primero que debéis de tener claro es que no son niños. Han crecido, han evolucionado, tienen sus propias ideas y no les podemos hablar como niños sino como adultos.

Aun así, muchos de vosotros creéis que la tarea no es ardua, sino imposible y decidís tirar la toalla. No lo hagáis, pensad en el futuro que os espera como una familia unida y recapacitad acerca de lo que soléis hacer mal los padres como:

  • Ignorar la actitud del hijo por temor a la discusión. No todas las conductas pueden ser ignoradas y muchas veces pasamos por alto cuestiones muy importantes que merecerían una larga conversación con nuestros hijos. Sin embargo, discutimos por nimiedades como dejarse una luz encendida. Cierto es que el tiempo enseña el camino porque, afortunadamente, no existe un manual de instrucciones para ser padre… pero tampoco para ser hijo.
  • Hablarles si estamos nerviosos. Es lo que solemos hacer. Cuando queremos hablar con nuestro hijo, es importante escoger el momento y lugar adecuado, incluyendo nuestro estado de ánimo. De lo contrario, la conversación acabará convirtiéndose en otro de los muchos “sermones» de mamá o papá y resultará totalmente ineficaz.
  •  No ser respetuosos con su intimidad. Es importante no invadir el círculo íntimo de los adolescentes ya que estos son muy celosos del mismo.
  • Repetirles siempre lo mismo. Ante esto, los adolescentes adoptan la conocida “mamá, me rallas” o “papá, me rallas”. Acabarán desconectando de lo que sus padres estén diciendo por importante que pueda ser.
  • Dar sermones o  echar broncas. Frases típicas de adolescentes: “hoy mi madre me ha vuelto a dar un sermón acerca de los chicos” o “mi padre me ha echado una gran bronca por haber suspendido siete, no es tanto, ¿ no crees?” Se debe hacer ver a los adolescentes que no les decís las cosas para fastidiarles sino por su bien pero, punto importante, sin perder los nervios. Si eso ocurre, ya no existe diálogo y empezamos a decir  todo aquello que no deberíamos decir o que, en realidad, no queríamos decir. Hay que calmarse antes de hablar
  • No saber escuchar. Cuando esto ocurre, los adolescentes creen que sus padres no les entienden. Es importante hacer una buena escucha de lo que nos cuentan nuestros hijos, prestándoles atención real, valorando sus opiniones, siendo empáticos… Sólo así sabremos comprenderlos

No existe un manual de instrucciones para ser padre. Pero tampoco para ser hijo

Debemos aclarar que, como humanos que somos, no sólo los padres se equivocan sino que también lo hacen los hijos. Esto que puede parecer una obviedad, debe ser recordado a unos adolescentes que consideran a sus padres como las personas que “les rallan” y ensalzan las virtudes de los amigos “que no me defraudarán nunca”… ¡Cuánta vida por vivir!

¿Te suena esta situación? Si atraviesas por algo parecido y buscas ayuda, deja tu consulta.

 

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Sobre Maria Dolors Mas

Nº Col 17222

"Aprender a hablar de lo que nos duele, también es sanar"

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