limites niñosLímites, autoridad, sanciones, castigos… reflexiones sobre “lo desagradable” del educar. A todos nos gusta más premiar, recompensar y elogiar, que corregir, reprender y sancionar, pero educar también exige poner límites, reconducir conductas y utilizar criterios de autoridad. Esto no siempre es así, vivimos en una sociedad permisiva, en la que educamos a los niños y niñas en sus derechos y olvidamos, a veces, sus obligaciones. Todo parece ser relativo, pero tiene que haber valores, personales y sociales, que apuntalen los principios educativos. Queremos que nuestros hijos e hijas sean felices evitándoles problemas, pero un ingrediente para lograr que sean felices estriba en que construyan una buena percepción sobre sí mismos y sobre sus capacidades. La famosa autoestima positiva, frente al autodesprecio negativo, conlleva ser capaz de afrontar problemas y su resolución, para lo cual tienen que ser capaces de aguantar la frustración (no todo siempre sale a la primera).

Aceptar y afrontar frustraciones forja una personalidad más segura y equilibrada. Todo esto sin pretender educar a través de la frustración, todo en su justa medida. Haciendo un símil con una ensalada, la frustración sería el vinagre, no puede ser el componente principal de la ensalada pero es imprescindible en la misma. La manera más fácil de que los padres y madres podamos ayudarles a lograrlo es utilizando el NO. Sin
miedo, sin abusar… digamos NO.

Los criterios de los padres y madres tienen que ser más fuertes, más firmes, que los impulsos y que los deseos de los y las adolescentes. En este sentido, las normas familiares -reglas, límites y hábitos- son fundamentales ya que aportan seguridad, confianza y responsabilidad a los y las jóvenes. Queramos reconocerlo o no, la ausencia de noormas y límites no produce buenos resultados en educación. El exceso de “libertad” entendida como “anomia” -sin normas- produce la angustia que empuja a muchos/as adolescentes, como reacción, a buscar identidades monolíticas, rígidas, ya sean éstas religiosas, políticas o sociales.

No podemos aceptar todo, tampoco conceder todo. No todo es permisible, el relativismo infinito, la comprensión ilimitada, no pueden ser aceptados a la hora de educar a hijos e hijas. Las sanciones, siempre que sean compensadoras y reparadoras, son necesarias. No conviene abusar del castigo, éste no puede ser excesivamente frecuente, ni durar periodos muy largos. Siempre castigaremos los comportamientos, y así se lo explicaremos, y nunca formas de ser y menos a las personas. Pero hay una característica que debemos tener en cuenta: el castigo sólo funciona si quien lo pone importa, es decir, es una persona importante para quien recibe el castigo. Cuando perdemos importancia o el/la adolescente está resentido/a o enfadado/a con nosotros, deberemos pensarnos su
utilización.

Los padres y las madres queremos que los hijos e hijas se preparen para ser hombres y mujeres de éxito en el futuro. Los y las adolescentes quieren ser adolescentes de éxito en el presente. Los adultos tenemos una perspectiva temporal más amplia que los y las adolescentes, nos damos cuenta de la trascendencia que tendrán para su futuro las decisiones que toman en el presente. Nos preocupa su formación, conocemos las exigencias y dificultades del mundo laboral y las propias de la vida. Los y las adolescentes tienen otro punto de vista, les interesa lo inmediato, son optimistas, tal vez por su poca experiencia, respecto al futuro. Creen que será generoso con ellos y ellas, y ya llegará. De momento necesitan destacar ahora. A veces, cuando hay problemas, nos empeñamos una y otra vez en la misma solución, aunque ésta no funcione. Ponemos en marcha una medida correctora, que no da los resultados apetecidos, y continuamos haciéndola con mayor intensidad. Cuando algo no funciona tal vez debamos replantearnos si no habrá alguna otra forma de solucionar el tema. Solemos decir, “lo que no funciona no se repite, lo que sí funciona no se toca”.

Al final, los padres y madres estamos empeñados en lograr que nuestros hijos e hijas sean autónomos, que puedan llevar a cabo las responsabilidades que les exigirá la sociedad que les toca vivir, que sean capaces de desenvolverse  en los diferentes aspectos de la vida. En definitiva, el objetivo último de la educación de nuestros hijos e hijas: que los padres y las madres seamos prescindibles.

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Si buscas ayuda para resolver conflictos con tus hijos o adolescentes o asuntos relacionados con la convivencia familar, puedes leer más en esta guía oficial o dirigirte a alguno de los profesionales especializados en esta materia en Siquia.

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