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Faltaban pocos días para el inicio de la operación salida de las vacaciones de Semana Santa, una jovencísima biológa acababa de salir de su trabajo , mucho más tarde de su hora habitual,y se subió a un coche conducido por personas de su total confianza, con las cuales, solía realizar los viajes de vuelta a casa, sin ningún incidente.

Ninguno de ellos sabía que la autopista esa noche les depararía un accidente gravísimo, por culpa de una grúa porta-coches que, en las últimas semanas, ya había provocado varios accidentes similares. La grúa y su propietario salieron indemnes, del accidentes y de los juicios. La biológa, llena de vida, dejo una buena parte entre el asfalto, los juzgados y la UCI donde estuvo quince días en coma.

¿Qué ocurre tras un accidente de tráfico? ¿cómo afecta al paciente y a la dinámica familiar?

En primer lugar, todos creemos que un accidente tiene un carácter de inevitabilidad y, sin embargo, les pasa a “otros”. Así, todos tenemos casos de amigos, conocidos o saludados que han vivido una situación como esta pero nunca nos hemos planteado que podamos ser la “victima” lo cual es un primer error.

A todos, absolutamente todos, nos puede ocurrir; se trata de azar, y no tan sólo de nuestra propia responsabilidad sino del mal uso de la responsabilidad de esos otros. Precisamente, los accidentes son, de hecho, evitables ya sea mejorando las infraestructuras o dotando a todos aquellos que conducen de una mejor formación vial, ya desde la escuela.

Sin embargo, una vez sucedidos afectan a diversos niveles:

  • Hasta el accidente, la mayoría  de los afectados gozan de una vida “normal” con lo cual esta circunstancia clave en su vida originará una crisis que afectará a todos a aquellos aspectos que constituyen su identidad como ser social.
  • Los accidentes de tráfico suponen una agresión a la integridad física de la víctima, a la cual se le originan lesiones de diferente gravedad pero, también, a su integridad psicológica ya que se origina un fuerte impacto emocional debido a las situaciones traumáticas el cual requerirá, para ser superado, de todos  aquellos recursos de los que disponga la persona en cuestión.

La fase de “duelo”

Después del accidente, tanto la víctima directa como su familia pasan por una fase de negación que les lleva a realizar cualquier tipo de búsqueda encaminada a la recuperación del paciente, ya sea pedir la opinión de otros profesionales,irse al extranjero, someterse a intervenciones quirúrgicas de resultado dudoso…hasta que, finalmente, se rinden a la evidencia de que existen lesiones.

Entonces, empieza la etapa de rabia y rebeldía, de preguntarse una y otra vez “¿ por qué a mi?” “¿por qué ahora?” Todas ellas preguntas que, obviamente, no tienen respuesta.

Pueden aparecer sentimientos de culpabilidad, tanto por parte de la victima, si es la causante del siniestro y, sobretodo, si ha producido daños a terceros, como por parete de los familiares, especialmente si se hayan en dicha situación.

La siguiente fase es la depresión,  no existen ilusiones, planes de futuro ni expectativas, siendo patente el desánimo.Además, se acompaña de disminución de la autoestima. Autopercepción negativa e, incluso, en casos muy extremos, se llega a la desesperación existencial “ ¿Qué hago yo aquí?,¡ Para esto, mejor no hubiera salido!”.

En este caso, el paciente-victima del accidente debe elaborar su duelo, para que sea totalmente consciente de lo que le ha ocurrido a él y, posiblemente, a terceros, de modo que, una vez finalizado la victima pueda volver a coger las riendas de su vida de una forma saludable.

Existen diversos factores que pueden ayudar en la elaboración y superación del duelo.Así, tenemos:

  • Edad. Parece ser que a  mayor edad más difícil resulta el afrontamiento de la lesión. Asimismo, depende de la edad el desigual apoyo familiar que parecen recibir los afectados, lo que puede contribuir a acentuar las diferencias.
  • Sexo asociado, en cierta medida, a los roles tradicionales que desempeña cada sexo en la sociedad: los hombres se van a preocupar más por la dificultad o imposibilidad de obtener un empleo remunerado, mientras que para las mujeres la mayor preocupación puede estribar en la dificultad de llevar adelante una familia, aunque no necesariamente.

En esta fase, se hace patente la importancia de una rehabilitación psicológica que ayude al lesionado a afrontar su situación y que le muestre las posibilidades que conserva, o que se le ofrecen por primera vez, en todos los ámbitos de la vida. Se debe tener en cuenta que, cuando hablamos de lesiones importantes, es muy frecuente que se produzcan cambios negativos en la personalidad  de las victimas del accidente, los cuales pueden ser transitorios.

Consecuencias familiares tras un accidente de tráfico con lesiones

La realidad pone de manifiesto que la familia se constituye en el principal, y muchas veces único, apoyo de las victimas de los accidentes de tráfico. Por tanto,la familia nuclear se ve profundamente afectada, ya que algunos de sus miembros van a tener que dedicar parte o todo su tiempo al cuidado de su familiar.

La pregunta que ,en estos momentos,debe realizarse, ante la constatación de estos problemas, es: ¿quién cuida al cuidador? En este sentido, es necesario que los familiares «cuidadores» aprendan a gestionar de forma adecuada su tiempo, dosificar su esfuerzo y que asuman que el lesionado puede estar bien atendido por otra persona, para que puedan aliviar un poco la carga psicológica que se les ha impuesto y el tremendo estrés que puede generar la situación. En caso contrario,  acabará pareciendo el Sindrome del Cuidador- del cual ya hablamos en un post anterior

Las relaciones de pareja

Si la victima tenía pareja con anterioridad al accidente, la mayor parte de las tareas y problemas que antes se compartían van a recaer ahora sobre el cónyuge, lo que le va a afectar tanto en un plano físico (cansancio, fatiga), cognitivo (estrés) y emocional (desaliento). Esta panorámica,  si bien es extensiva a las lesiones de mayor gravedad, vuelve a ser entre los lesionados con TCE donde, por las razones anteriormente señaladas (desconocimiento, incomunicación, incapacidad psíquica) la problemática es más aguda.

Si la victima mantiene una relación de pareja poco estructurada, es decir, si no existen lazos de convivencia ni de compromiso anteriores, es posible que éste decida romper sus vínculos, en parte para liberar a esta persona de una carga que el accidentado no cree que deba asumir, y en parte, porque no se sienta capaz de seguir haciendo feliz a otra persona.

Si la relación de pareja está suficientemente estructurada y asentada no es probable que las secuelas del accidente provoquen su ruptura. Parece que los índices de divorcio se mantienen en las mismas proporciones que en la población general.

Si la relación de pareja está asentada, pero existen problemas latentes  importantes, el cónyuge se puede sentir más vulnerable y descompensarse fácilmente. En este caso, lo más probable es que el accidente sirva de detonante del conflicto y precipite unos acontecimientos que podrían haber llegado de todas formas, aunque, más tarde.

En cuanto a las posibilidades de formar una familia propia tras el accidente, existen grandes diferencias, dependiendo de la lesión: para un amputado o un ciego, las posibilidades van a ser mayores que para un parapléjico.

Los lesionados medulares altos se van a enfrentar con enormes dificultades para encontrar pareja, ya que tienen escasas posibilidades de insertarse en el ámbito social por sus dificultades de movilidad.

Finalmente, para quienes han sufrido daño cerebral, las puertas hacia una relación de pareja y la constitución de una familia propia van a quedar prácticamente cerradas.

El efecto sobre los hijos y sus relaciones con el lesionado

Cuando la persona que sufre el accidente es padre o madre de familia, las relaciones con sus hijos se van a ver afectadas. Si los hijos tienen edad suficiente para asumir el problema, intensificándose los lazos de afecto.

Pero si se tienen hijos de corta edad, sin la capacidad suficiente para entender lo que ha pasado y la magnitud de sus consecuencias, los problemas del lesionado pueden afectarles seriamente.

A ciertas edades, la diferencia puede suponer un foco de frustración, sobre todo en una sociedad tan escasamente educada en torno a la discapacidad.

Los niños también pueden verse afectados en aspectos más prácticos, como la obligación de cambiar de colegio, barrio o incluso población, si la familia debe adquirir una nueva casa, adaptada, o si es necesario apoyarse en la familia extensa para que aporte una ayuda en el quehacer diario. En estos casos, la discapacidad repercute no sólo a nivel individual, sino también sobre otros miembros de la familia, creando una problemática sobreañadida a la ya existente. 

El entorno relacional

Más allá del entorno familiar directo del lesionado por un accidente de tráfico aparece un elemento de vital importancia para la normalización de la personas accidentada: el núcleo relacional previo del afectado (los amigos, los compañeros de estudios o de trabajo…). La trascendencia de este colectivo es elevada, en tanto y cuanto constituye el eslabón del lesionado con su realidad social.

En este sentido, las relaciones del lesionado van a pasar por una serie de fases, y a la vez depender del tipo de lesión padecida, distinguiéndose en un primer momento por la cercanía, por «arroparlo y ayudarlo a superar el momento de profunda crisis». Durante esta fase, los amigos acuden con frecuencia al hospital a visitar al lesionado, le animan, le muestran su apoyo y solidaridad.

Pero una vez que éste se va recuperando es habitual que las personas de su entorno vuelvan a hacer su vida y se alejen progresivamente del lesionado. En este alejamiento parece contribuir el elevado número de obstáculos que pone la sociedad para permitir una plena integración social de las personas con discapacidad: cines sin adaptar, bares con escaleras, discotecas con acceso restringido…

Necesidades de información, apoyo y afrontamiento

Aunque se han conocido casos de intentos de suicidio encubiertos, o de conductas y comportamientos conduciendo que hacen que la probabilidad de que ocurra el siniestro sea mayor, el accidente de tráfico es, en la mayoría de los casos, un hecho inesperado, imprevisto y brusco, tanto para la persona que lo padece como para su entorno familiar más próximo.

Este suceso fortuito, en demasiadas ocasiones, acarrea un perjuicio irreversible para las víctimas y sus familias, tanto en el plano físico como en el psicológico.

Las lesiones causadas por un accidente de tráfico aparecen de pronto y sin previo aviso, alterando en unos instantes la vida del accidentado y de su entorno más próximo y situando a los afectados en un contexto desconocido y unas circunstancias para las que no han recibido ningún tipo de preparación. Los cambios que se derivan de este tipo de accidente son, a menudo, tan drásticos que se hace tremendamente difícil afrontarlos.

Tan dificultoso resulta afrontar lo sucedido y sus terribles consecuencias que, en ocasiones, los familiares cierran de alguna manera las puertas de su entendimiento y necesitan que se les explique todo varias veces y en diferentes momentos, hasta que son capaces de reaccionar.

Los afectados, o en un principio sus familiares, van a precisar de profesionales que, en primera instancia, les informen correctamente de la situación de la persona afectada y de las secuelas que le van a quedar y, además, les ayuden a afrontar la situación.

Los expertos en la materia concentran las necesidades de información en dos frentes:

  • Por una parte, en el derecho del accidentado o sus familiares a ser informado de las lesiones que sufre, así como de la evolución de las mismas, aunque la gravedad de los daños haga difícil, muchas veces, ofrecer un diagnóstico rápido y certero.
  • Por otra parte, el entorno cercano de la víctima necesita, y tiene derecho a ello, acceder al conocimiento de los recursos que ponen a su alcance, tanto las Administraciones públicas como diversas entidades privadas.

Se coincide en que la información debe ser clara, completa y centralizada, ofreciendo un referente que permita canalizar las dudas que les surjan en el proceso de asimilación. En este sentido, el hospital resulta la institución más cercana al accidentado y sus familiares, por lo que deberían ser los profesionales que trabajan en quienes atendieran estas necesidades.

Igualmente, es importante no crear en los lesionados o sus familiares falsas expectativas con respecto a los recursos que pueden poner en marcha

para que sean conscientes desde el principio de las carencias con las que se pueden encontrar.

Ante un hecho tan fortuito y grave al mismo tiempo, la familia queda destrozada y hace evidente su necesidad de apoyo profesional en el afrontamiento de una situación tan extrema.

Las líneas básicas sobre las que deben enfocarse estas actuaciones son, fundamentalmente:

  • Comprender lo que ha supuesto el accidente y lo que supone la hospitalización.
  • Asimilar las alteraciones en el ritmo de vida familiar.
  • Abordar los problemas laborales que se puedan producir.
  • Conocer los gastos que se derivan de estar fuera del domicilio.
  • Planificar la atención de los restantes miembros de la familia, sobre todo si hay hijos de corta edad.

Sin embargo, sí se encuentran diferencias en la asunción de las diferentes afecciones, derivadas, en parte, del tiempo que se tarda en tener un diagnóstico claro.

El conocimiento de la lesión permite a los afectados, así como a sus familiares, iniciar la fase de afrontamiento con mayor rapidez.

Factores importantes a la hora de enfrentarse a lesiones tan invalidantes van a ser la estructura de la personalidad previa y la fortaleza del individuo, así como los apoyos humanos y familiares con los que cuente y la respuesta profesional que encuentre. Aun así, en la mayoría de las personas se van a originar grandes desequilibrios y dificultades, dando lugar a problemas de muy diversa naturaleza.

Asimismo, la actividad laboral desempeñada es un factor condicionante de afrontar la nueva situación. Personas que han venido desempeñando trabajos que requerían esfuerzos o habilidades físicas se ven absolutamente apartadas del mundo laboral

En el caso contrario, los graves lesionados físicos con un nivel formativo elevado van a presentar una mayor capacidad para afrontar la lesión e iniciar un nuevo proyecto vital, ya que las posibilidades de mantener su actividad profesional anterior son elevadas. Sin embargo, también se indica que un mayor grado de ejercicio racionalizador puede generar frustraciones personales más profundas, al permitir al individuo una mayor consciencia de las consecuencias y pérdidas que supondrá la vida a partir del accidente.

Igualmente, variables como la edad, el sexo, el estado de salud previo y la resolución positiva del duelo son elementos clave para el lograr el «bienestar» físico y psicológico del lesionado. En este sentido, los hombres se suelen aislar más, sus redes sociales suelen ser más restringidas, conservan unos lazos familiares más débiles y cuentan con menos posibilidades de desahogarse con una persona de confianza.

En cualquier caso, tras la rehabilitación y la reinserción, en los casos que sea posible, queda aún un largo trecho por andar; el lento devenir de una justicia que no es sólo ciega sino que, a veces, también es sorda y trata a las victimas de los accidentes como si fueran delicuentes.