Depresión y Síndrome de Estrés Postraumático
Según distintos estudios, las mujeres son las más propensas a sufrir el Trastorno de Estrés Postraumático / Fuente: Getty Images

La vivencia de una catástrofe nos lleva a tal situación límite que no sabemos gestionar y que nos desborda emocionalmente. Tensión, miedos y angustias son reacciones que la mayoría de personas que han compartido esa situación suelen sufrir. En este momento destaca la figura del psicólogo de emergencias, aquel encargada de guiar y ayudar a las víctimas y familiares de una catástrofe – natural o provocada, intencionadamente o no – a sobreponerse en un primer momento de esas emociones iniciales y a recuperarse completamente en el transcurso de los consiguientes días y semanas de todo el episodio vivido.

En un artículo anterior ya hemos hablado sobre este profesional, su función y sus pautas de intervención. No obstante, ¿qué ocurre cuando un individuo que se encuentra en tal situación no recibe el servicio de apoyo adecuado? ¿cómo puede afectarnos el miedo, la tensión y la angustia que no tratamos? Elena Puertas, psicóloga e investigadora psicosocial de la Dirección General de Protección Civil del Ministerio de Interior, ha analizado los cuadros patológicos más comunes que se desarrollan a partir del desbordamiento de esas emociones que aparecen en un momento de crisis, de emergencia, y que por las circunstancias que sean no encuentran solución.

El síndrome del estrés postraumático

Es seguramente el cuadro patológico o síndrome más común que surge como respuesta prolongada – y generalmente retardada – ante una grave amenaza para la integridad personal o ante un suceso que resulta desastroso psicológicamente para el individuo; un suceso, en suma, que se encuentra fuera de la normalidad de las experiencias habituales o comunes.

Se trata de un síndrome que no únicamente aparece ante experiencias catastróficas, no, sino que se vincula a cualquier experiencia traumática o poco común, desde el nivel, por ejemplo, de la separación de los padres, del despido de un buen trabajo hasta el caso de catástrofes como grandes accidentes o atentados. En todos los casos, pero, el patrón común de este síndrome lleva a que el individuo presente unos síntomas principales.

El más común de ello es el malestar ante la posible reexperimentación del suceso traumático. A través de pensamientos negativos circulares o sueños angustiantes y recurrentes, el individuo se disocia de la realidad y cree ver en todos lados la amenaza ante una posible repetición del trauma, por lo que el individuo puede desarrollar una hipervigilancia versus el exterior. En este sentido, es también común que la persona afectada evite todos aquellos estímulos que le remiten al recuerdo traumático. La experta Elena Puertas contempla este estado como el de “amnesia psicógena”, es decir, que “el sujeto puede quejarse de que se siente distanciado o extraño con respecto a los demás, de que ha perdido la capacidad para interesarse por actividades que previamente le atraían o de que nota un descenso marcado en la capacidad de sentir emociones de cualquier tipo, especialmente aquellas asociadas con la intimidad, la ternura o la sexualidad”. En menor porcentaje pero también importante a destacar, la idea del suicidio, el abuso de drogas y el alcohol también pueden tener un papel protagonista en estas personas.

El síndrome de la aflicción por catástrofe

Desgraciadamente, una de las características de una catástrofe es la muerte. En este sentido, pues, es común que tras el advenimiento de una situación extrema de esta índole haya siempre una gran multitud tanto de víctima supervivientes como de familiares que se encuentran ante una situación de pérdida de un ser querido. ¿Qué ocurre con ellos?

Ante una pérdida las reacciones emocionales más probables se vinculan con la muerte del ser querido y, en general, a la pérdida: del ser querido, del hogar, de posesiones. ¿Cuál es la reacción más común? En general se pasan por distintas fases que pasan desde la tristeza hasta la ira, la ansiedad, la nostalgia e incluso sentimiento de desgracia. Son emociones que afloran con mucho sentido ante estas circunstancias, pero que de no ser tratadas, de no haber sabido guiar al individuo a la vivencia y superación de un duelo, pueden desembocar en episodios mantenidos en el tiempo.

En estos casos extremos, pues, la persona afectada del síndrome desarrollará una gran dependencia, un aislamiento generalizado e incluso el incremento de la apatía. También, el dolor intenso se cronifica llevando a la persona a una depresión profunda. La ayuda y atención psicológica es determinante ante estos casos para evitar esta conclusión patológica, aunque la psicóloga experta también coincide en que “hay factores que incrementan la morbilidad psicológica” como puede ser, muy tristemente, la pérdida de un hijo. Es por tanto un caso donde el servicio psicológico deberá actuar con aún más dedicación y tacto.

La víctima y el síndrome del superviviente

En efecto, las victimas que sobreviven también sufren a gran escala. Más que “celebrar” su supervivencia, “lloran” la desgracia de los menos afortunados. Incluso el sentimiento de culpa les llega a acechar junto al pensamiento de “¿por qué yo no?”. Irritabilidad, ira y agresión son emociones que, poco a poco, e incluso de forma desapercibida, van aumentando en los años siguientes al desastre. Los desórdenes físicos también son comunes, como la hipertensión, cefales tensionales o trastornos gastrointestinales. Elena Puertas añade un dato más: “los porcentajes de mortalidad aumentan entre los supervivientes”, sobre todo a partir del año siguiente a la catástrofe. ¿Por qué? A veces, el sentimiento de culpabilidad o de desdicha es tan grande que el individuo puede llegar a somatizarlo.

Los niños, una dura experiencia temprana

¿Y qué ocurre con los niños? ¿Cómo viven la experiencia? ¿La comprenden? La psicóloga de Protección Civil constata que el principal cuadro psicológico que se evidencia es que “en niños afectados por desastres se constatan comportamientos regresivos y un gran aumento de la dependencia”. El efecto, no obstante, dependerá en gran medida del nivel de desarrollo del menor en el momento de la catástrofe así como del grado de exposición directa entre el niño y el trauma. Un hecho curioso que destaca la psicóloga es que “los niños tienden a reflejar las reacciones de sus padres”, de modo que será frecuente que ante una falta de comunicación, el niño tienda a callar siempre; o que ante una depresión, el niño “aprenda” a aislarse y a no relacionarse. “ También ha aparecido la paralización psíquica y el sentimiento de un futuro corto provocado por la cercanía de muertes que pueden ser masivas”, añade Puertas, apuntando que esto puede tener un efecto claramente contraproducente.

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