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La influencia paterna configura los estados del Yo

Los individuos crecemos, nos desarrollamos, y en ese proceso continuo de aprendizaje – que nunca termina – construimos nuestra esencia, nuestro Yo. Pero, ¿qué es el Yo? Su definición exacta no es fácil y, más bien, resulta ambigua. En el transcurso de la historia, el concepto del Yo ha sido uno de los objetos determinantes dentro de la historia del pensamiento filosófico. En suma, el Yo se ha relacionado generalmente con la psique, la conciencia, el alma y el ser. Así pues, hace referencia a la psicología personal de cada individuo que, vinculada a su crecimiento, es consecuencia a la evolución de la propia personalidad.


En efecto, el cómo somos depende del Yo que hemos configurado durante nuestra existencia. ¿Y cómo se forma el Yo? Principalmente, de nuestras experiencias, que nos implantarán distintas habilidades que determinarán cómo nos relacionamos con el mundo. Y esta misma relación con nuestro entorno, de forma recíproca, nos brindará las experiencias que configurarán, como se ha dicho, nuestro Yo.

El triple Yo

El Yo está compuesto de tres estados, base fundamental de la psicología fundamentada en el Análisis Transaccional. Según apunta Rita Giardino, psicóloga argentina fundadora y directora del portal Biblioteca de Psicología, «las interacciones de las personas están compuestas de transacciones», que son el producto de la reacción ante los estímulos y las respuestas, y, en este sentido, el Yo se manifiesta cuando nos relacionamos. «Cuando las personas interactuan lo hacen desde uno de los tres estados diferentes del Yo», apunta la psicóloga. ¿Qué es, pues, un estado del yo? Giardino, especializada en la Terapia Gestalt y Cognitivo-Conductual, apunta que «un estado del yo es una forma específica de pensar, sentir y actuar». Cada estado se origina en una parte concreta del cerebro y en cada una de nuestras interacciones se activará una de estas partes, motivándonos a interactuar en un estado concreto. Y es que, como concluye Giardino, «en toda ocasión nuestras acciones provienen de uno de los tres estados del Yo». El padre, el adulto y el niño. ¿Qué representa cada estado?

El niño interior

El estado del niño es la manifestación de nuestros impulsos más primarios que responden a las experiencias que vivimos de niños y que quedaron integradas en nuestro cerebro. Este estado se caracteriza por expresar lo que siente, piensa, quiere, desea, de forma libre y abierta, como haría el niño que fuimos. La ilusión, la fantasía desorbitada y la irracionalidad se vinculan al estado de nuestro niño interior y, por ello, muchas veces se culpa a este estado de los problemas que vivimos durante nuestra vida adulta. Más emocional que racional, es un estado que anhela constantemente – un anhelo que generalmente deriva de sentimientos reprimidos y no expresados durante nuestra real infancia. El niño interior no representa un modelo de estado positivo o negativo sino que tanto nos brinda ventajas – permite que nos emocionemos y disfrutemos «como niños» aquello que nos gusta – como también contratiempos – ilusionarnos demasiado frente a algo que posteriormente no conseguiremos y nos provocará frustración.

El padre crítico

El estado del Padre del Yo es el resultado de todo lo que aprendemos de nuestro padre y madre durante toda nuestra infancia. Como apunta Giardino, «es un compendio de las actitudes y el comportamiento incorporados de procedencia externa», que suele ser, como se ha dicho, de nuestros padres o la influencia más directa que recibimos durante nuestro crecimiento. Este estado nos motiva a actuar – hablar, pensar, sentir, opinar – como lo hacían nuestros padres cuando éramos niños. Así, el estado del Padre Crítico representa la personalidad que heredamos de nuestros progenitores, «modelos básicos en la forma de nuestra personalidad». Este estado nos recuerda – e implanta – los valores, creencias e ideologías de nuestros padres, llevándonos a actuar como ellos lo harían y no según nuestro propio criterio. El Padre Crítico, de algún modo, contamina nuestra capacidad de determinación y configura parte de nuestra personalidad sin siquiera ser conscientes de ello.

Nuestro adulto

«En él percibimos la realidad presente de forma objetiva, de forma organizada, calculamos las circunstancias y consecuencias de nuestros actos con la base de la experiencia y los conocimientos». Se trata, pues, de la dimensión interior, auténtica y analítica de nuestro ser. El estado adulto nos permite analizar de forma racional tanto nuestro alrededor como nuestro propio interior, desvelándonos así cómo somos realmente y qué elementos de nuestra personalidad derivan de una «contaminación» influenciada por nuestros padres o nuestras vivencias en la infancia. En este sentido, un estado Adulto bien desarrollado mantiene controlados los actos excesivos tanto del Padre como del Niño, pudiendo pues entablar relaciones coherentes y racionales. Todo esto no contradice el hecho de que el Adulto puede sentir tanto como el Niño y puede ejercer una autocrítica como el Padre, pero de un modo saludable y nada destructivo – sino constructivo y manifestándose según aquello que convenga más a nuestro bienestar, sea una decisión satisfactoria o no.

Salud en equilibrio

Como suele decirse, todo extremo es peyorativo. No debemos quedarnos atrapados en la desolación emocional de nuestro Niño interior ni en la autoflagelación del Padre crítico, pero tampoco por ello debemos «olvidarnos» de ellos y querer permanecer eternamente en nuestro Adulto. Lo más saludable es poder mantener el equilibrio de los tres estados del Yo. Permitir que nuestro Niño interior saque lo mejor de nosotros mismos cuando nos emocionamos ante un nuevo proyecto de nuestra vida, ceder ante algunas críticas de nuestro Padre cuando nos «descarrilamos» y sentimos la necesidad del apoyo paterno pero sin contaminación destructiva, y ser capaces de ubicarnos nuevamente en nuestro Adulto cuando cualquier circunstancia lo precise. Esa capacidad por poder comprender en qué estado nos hallamos, qué parte de nuestro Yo está tomando protagonismo, nos permitirá evolucionar hacia un crecimiento personal pleno, consciente, y a entablar relaciones sólidas y saludables sin olvidarnos nunca de nosotros mismos.

Y si estás perdido, necesitas apoyo psicológico o quieres saber más sobre los estados del yo, no dudes en contactar con nosotros. En Siquia estamos dispuestos a ofrecerte el mejor servicio psicológico y la atención que más se adapte a tus circunstancias.

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