Criticar a los jóvenes de hoy en día se ha convertido en un tópico. Es una costumbre que pasa de generación en generación y que se mantiene por vicio, por esa necesidad de sentirnos mejores. «Antes nos educaban mejor, antes nos lo pasábamos mejor, antes éramos menos frágiles…». En realidad, es mentira eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
La desesperanza y la cultura de la inmediatez: el talón de Aquiles de los más jóvenes

Sin embargo, eso no hace que las nuevas generaciones sean perfectas. No las hace inmunes a toda crítica y dignas de alabanza. Seamos sinceros: los jóvenes de hoy en día no lo hacen todo bien. Tampoco lo hicieron bien los jóvenes de las anteriores generaciones, ni lo harán los de las siguientes. Lo bueno de las nuevas generaciones es que aún están a tiempo de encauzarse.
No obstante, es tarea de todos ayudar. ¿De qué sirve hablar de generaciones perdidas desde la comodidad de la lejanía si no se busca cambiar lo que debe ser cambiado?
Nadie nace con la personalidad desarrollada. Nuestros niños y adolescentes son productos de lo que ven en casa, de lo que aprenden en el colegio, de lo que les muestra la televisión, de lo que oyen… En definitiva, de lo que les enseñamos el resto.
Hay dos problemas que llaman especialmente la atención cuando se trata de los más jóvenes.
En primer lugar, se trata de generaciones pesimistas, llenas de frustración y sin apenas esperanzas de futuro. El escritor Ernesto Calabuig afirmaba en una entrevista con El País que los jóvenes «creen que les hemos dejado un mundo sin futuro». Culpan a sus mayores del estado de la política, del planeta, de la incertidumbre, de la crisis económica…
Sus mayores, en efecto, han hecho cosas mal. Es cierto, las generaciones anteriores podrían haber cuidado más el medioambiente o podrían haber luchado más por los derechos humanos. Sin embargo, también a ellos algunas de las cosas que sufrieron les vinieron dadas.
Todos tenemos que lidiar con cosas que no nos agradan. El problema es que los jóvenes de hoy en día no están preparados para lidiar con la frustración. Y el origen de este problema está en unos padres hiperprotectores que les han impedido entender que la vida tiene partes buenas, pero también partes malas.

Son niños que, en su gran mayoría, han crecido en una época de prosperidad económica. Se les daba lo que pedían y se les daba al momento. Cuando crecieron, se les dio un móvil, y esa es otra de las partes del problema. La cultura de la inmediatez, promovida por las redes sociales y seguida por el resto, ha dado como resultado niños y adolescentes incapaces de esperar, que no creen en las metas a largo plazo y que piensan que, lo que no tienen ahora, no lo tendrán nunca.
Pero aún estamos a tiempo de arreglar lo que como sociedad hemos estropeado. Ahora es momento de analizar los defectos y contrarrestarlos con educación, con cuidado y con afecto. No podemos permitir que nuestros jóvenes vivan sumidos en la frustración y en los problemas mentales.
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Mientras hay vida hay esperanza y Mientras hay vida hay desesperanza. Las dos pueden ser validas. Las dos pueden ir unidas. Una cierta desesperanza también puede ser buena. No hacerse falsas ilusiones. Si no esperas grandes cosas tampoco desesperas por ellas.