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Coexistimos dentro de una cotidianidad multicultural, donde idiomas, colores y religiones enriquecen la convivencia. Donde la diferencia se hace patente en cada rincón del país, siendo la integración de cambios demográficos factor intrínseco e implantado como un hecho más, donde encontrar diferencias de piel, vestimenta o idioma no es visto como inferior.

Aunque siempre permanece alguna rendija occidental superlativa ante los recién llegados, ésta se haya cada vez más minimizada debido a la ya tan popular acción de inclusión, la cual conlleva una “normalización” de los cambios culturales que entrañan a una sociedad.

Pero la etiqueta inclusión, curiosamente, también es utilizada para personas con discapacidad, donde si bien no somos recién llegados, nos encontramos obligados a buscar una supuesta integración constante en todos los ámbitos de nuestra vida. Empezando por nuestro microsistema, o por qué no decirlo, incluso, en ocasiones, debemos hallar la integración primero en nosotros mismos para, posteriormente, ir abriendo camino social a nuestras capacidades.

Porque a diferencia de la inclusión cultural, los rasgos separadores de las personas con discapacidad no residen únicamente en nuestras peculiaridades funcionales, sino que también yacen, con más arraigo si cabe, en los prejuicios morales y sociales que  prevalecen aún hoy en día  en nuestro habitad social.

No toda discapacidad proviene de personas con diversidad funcional

Visiones proteccionistas donde en su interior hacen preponderar la estaca de incapacidad ante nuestras diferencias funcionales, siendo prisioneros de pensamientos estancados en la manera de hacer. Son pensamientos protectores que frecuentemente ponen freno a nuestra inclusión, o más bien, al desarrollo de las capacidades de las personas con diversidad funcional. Hecho que incapacita con agravio y nos dificulta ese proceso de inclusión que no debería porque existir si se tomara la misma consciencia de la multifuncionalidad o diversidad funcional que se tomó en su momento de la multiculturalidad o diversidad cultural.

Y es que la incapacidad de combatir el temor ante el cambio funcional o de dar cabida a otras maneras de hacer, hace que la verdadera discapacidad resida en las mentes de los que aparentemente conservan las habilidades funcionales estandarizadas socialmente; pero que ponen trabas a una multifuncionalidad. Hecho que merma la autoestima de las personas con diversidad funcional y nos hacen más frágiles ante el resto de sociedad.

Ese temor externo a las personas con diversidad funcional reduce con frecuencia las oportunidades académicas, sociales y laborales debido a perjuicios extrínsecos a nosotros que son los que no nos dejan avanzar.

Por lo que desde una perspectiva psicosocial, los factores facilitadores de la inclusión de las personas con diversidad funcional deben variar en el seno social, creando oportunidades que hagan priorizar un cambio de concepción funcional que dé cabida a la multifuncionalidad o diversidad funcional como se dio a la multiculturalidad.

Porque toda potencialidad se encuentra en la psique de cada persona y se debe dejar fluir independientemente del “cómo”, porque en el “para qué” se halla el verdadero enriquecimiento individual y colectivo que hace fértil  y productiva a una unidad social en constante progreso.

Sobre la autora del artículo

Vanessa Fuentes es una psicóloga de Barcelona que orienta sus servicios al mundo de la discapacidad. Se ha formado como Integradora Social y como Formadora. Vanessa ha iniciado PsicoVan un proyecto de atención y asesoramiento virtual para personas con diversidad funcional así como para todas aquellas personas que necesiten información sobre este tema. Puedes contactar con ella desde su ficha en Siquia.

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