-Mamá, he vuelto a suspender. Pero es que la profe me tiene manía. Aunque haga los deberes o me esfuerce mucho siempre me dice que no lo hago bien.
¿Os suena? Quizás hayáis vivido una situación similar en vuestra propia piel. Quizás la estén viviendo vuestros hijos. El caso es que el discurso de «la profe me tiene manía» se ha escuchado en la mayoría de casas donde hay niños en algún momento.
Bien, no es que los profesores sean malas personas y quieran suspender a sus alumnos, ni que los niños pongan eso como excusa para justificar el no haberse esforzado. Puede ser que, los pequeños, tengan razón en parte.
Un ejemplo del efecto pigmalión
No es inusual que en un mismo centro escolar, al inicio del curso, los profesores se interesen por saber quienes van a ser sus nuevos alumnos. Lo más fácil, en este caso, es preguntarle a los profesores que tenían a esos chicos y chicas durante el año anterior.
-Alex es encantador. Un niño que se esfuerza mucho, aunque le gusta ser el centro de atención y hacer payasadas. Pero tiene facilidad para aprender y es un hacha con los números. Sonia, en cambio, es un desastre. No hay manera de que entienda cómo tiene que resolver los problemas de matemáticas, no es capaz de concentrarse y, de hecho, no se esfuerza ni por traer los deberes bien hechos.
Cuando la nueva profesora de Alex y Sonia los ve por primera vez en clase, inicia su interacción con ellos desde el conocimiento que le ha transmitido su antigua profesora. Es decir, lo que le han explicado sobre ellos y que ella no ha comprobado todavía, se convierte en un prejuicio que se sumará a sus propias impresiones iniciales para formarse una primera impresión bastante estable de los dos alumnos.
Así, cuando Alex interrumpa en clase, la profesora, inconscientemente, recordará lo que se le comentó sobre él, y sonreirá ante su payasada, puesto que «se esfuerza mucho» y, por lo tanto, le atenderá.
En cambio, cuando sea Sonia la que interrumpa en clase, la profesora, también de manera inconsciente, dará por hecho de que lo hace porque es «incapaz de concentrarse» y, por lo tanto, hay que eliminar ese comportamiento y regañarla para que no se vuelva a repetir.
Así tenemos a un Alex que cada vez interviene más en clase, puesto que se le anima a hacerlo, y a una Sonia que cada vez intervendrá menos.
De esta manera, Alex cada vez tendrá más facilidad con los números, puesto que se le resolverán las dudas que tenga y no temerá preguntarlas en clase, y Sonia cada vez lo tendrá más complicado, puesto que no se verá capaz de intervenir en clase y finalmente desistirá. Este es el efecto Pigmalión.
Por supuesto, Alex y Sonia son niños de ficción. Pero no es extraño que estas situaciones, quizás no de una forma tan extrema, se den constantemente en el aula.
¿Por qué se produce el efecto Pigmalión?
Cuando esperamos que una persona se comporte de determinada manera, porque «sabemos que es así», es fácil que nuestra atención se dirija únicamente a las conductas de ésta que apoyan nuestra creencia. Y esto sucede tanto en positivo como en negativo.
Pongamos un ejemplo fuera del aula. La madre sobreprotectora que lleva al niño a jugar al parque y continuamente está avisando: «vigila, que te caes», «te vas a caer», «te vas a hacer daño», «vigila que acabarás llorando»…
¿Que sucede, al final? Efectivamente, el niño cumple con la profecía y acaba llorando en brazos de su madre, que suspirará y exhalará un «ya lo sabía yo».
Tanto en el caso de Sonia y Alex, como en el de la madre sobreprotectora, lo que ha pasado es que de una forma directa («te vas a caer») o indirecta (no respondiendo a las preguntas de Sonia) se ha convencido a los niños de que eran capaces o no de hacer una determinada tarea.
Pero esto no sólo pasa en los niños, en los adultos también se produce este efecto. Podríamos poner muchos ejemplos: «déjame que friegue los platos yo, que tu seguro que rompes alguno», «no hace falta que lo escribas tú que luego hay que pasarle el corrector»…
Cuando creemos que alguien no va a ser capaz de llevar a cabo una tarea, lo que hacemos es transmitirle nuestra desconfianza. Esto hará que la persona se perciba a sí misma menos capaz de realizar la tarea, por lo que con más probabilidad, finalmente no será capaz de llevarla a cabo y se confirmará nuestra desconfianza.
De forma opuesta, cuando creemos que la persona va a ser capaz de llevar a cabo una tarea, lo que estamos haciendo es aumentar su propia autopercepción haciendo que sea más probable que logre conseguir su objetivo.
¿Se puede controlar el efecto Pigmalión?
Aunque es difícil, porque en gran parte es un proceso inconsciente, tanto para el que emite el juicio como para el que lo recibe, sí se puede controlar o moderar teniendo siempre clara estas premisas:
- Confía en el otro. Déjalo que experimente, que se equivoque.
- Anímalo a correr riesgos (sin poner en peligro su vida)
- Demuéstrale tu apoyo.
- No te bases en tus prejuicios para determinar qué puede y qué no puede hacer alguien.