La imagen que normalmente tienen las personas que nunca han ido al psicólogo en la cabeza sobre una terapia psicológica es la de ellos mismos estirados en un diván y el psicólogo sentado en una butaca, justo detrás. Esta imagen casi caricaturesca no se corresponde con la realidad terapéutica general pero nos da una indicación de cómo la gente piensa que es la relación paciente-terapeuta.
La psicología basa su trabajo en la comunicación entre el paciente y el terapeuta y, por supuesto, va a ser imprescindible que el paciente pueda explicar su problema y que el terapeuta, a partir de las explicaciones dadas, vaya perfilando la intervención o el tratamiento necesario para ayudarle.
Pero los profesionales que trabajamos en la atención directa a las personas – no solo los psicólogos, también los médicos, asistentes sociales, abogados… – muchas veces nos olvidamos que el verdadero experto de la relación es el cliente.
En el caso de los psicólogos, el terapeuta no debería perder nunca de vista que el cliente es la persona que conoce mejor el caso y que tiene toda la información que puede ayudar a su resolución, es decir: el cliente no sólo tiene siempre la razón sino que, además, es el experto en su propia vida.
Por supuesto, la persona que llega a la consulta de un psicólogo lo hace porque tiene un problema o una situación complicada que no puede resolver por sí mismo, y es ahí donde el profesional podrá incidir, pero siempre teniendo en cuenta los recursos y características propias de la persona que tiene delante.
Aprovechando experiencias anteriores
Una de las mejores formas de aprovechar los conocimientos del paciente para ayudarnos en la terapia es preguntarle por experiencias anteriores con otros terapeutas.
«Mire, ya es el tercer psicólogo al que vengo, y no tengo mucha fe en que pueda usted hacer nada por mi, los otros dos no han conseguido nada».
Esta frase, por otro lado bastante común en los pacientes que llegan a terapia psicológica, suele generar una mala sensación en algunos profesionales: «el paciente viene con una gran resistencia al cambio motivada por experiencias anteriores negativas».
Pero ¿y si nos aprovechamos de estas experiencias?
Una de las formas más sencillas de acertar con el tratamiento a un paciente es aprovechar todo lo que el paciente sabe, y conocer todo lo que ya ha hecho.
En este sentido utilizamos al paciente como coterapeuta haciendo que sea él mismo el que dirija hacia dónde va a ir el tratamiento.
Terapeuta: Bien, así que ya has visitado a más psicólogos. ¿Fue por la misma situación por la que vienes aquí?
Paciente: Sí, he intentado solucionar este problema con tres psicólogos ya…
T: Ajá. Si te parece, me gustaría que me explicaras qué hiciste con los otros psicólogos. Me interesa saber qué cosas de las que hiciste con ellos funcionaron, y cuáles no.
P: No funcionó nada…
T: ¿Cuánto tiempo estuviste con cada uno de ellos?
P: Con el primero estuve casi un año. Con el segundo menos, a los tres meses ya me di cuenta de que estábamos en el mismo punto.
T: Bueno, en casi un año, alguna cosa debió salir bien como para que te quedaras, ¿no?
P: Bueno, sí, la verdad es que me quedé porque al principio me hacía ejercicios de respiración y eso me relajaba bastante. Pero cuando salía de la consulta volvía a tener la sensación de ahogo y mareo de la ansiedad.
T: Así que las respiraciones podían controlar momentáneamente la ansiedad, ¿es así?
P: Sí, exacto, pero no servía de nada, porque luego estaba igual.
T: ¿Y qué más funcionó en esa terapia?
P: Pues… yo creo que nada más… Bueno, sí, en realidad me gustó mucho que me recomendara algunos libros para leer. Me sirvieron para entender un poco qué me pasaba y eso me relajó algo, aunque no me quitó la ansiedad.
T: Bien. ¿Y qué fue lo que no funcionó?
P: Bueno, básicamente que no avanzaba. Iban pasando los meses y mi ansiedad se había reducido un poco, pero seguía teniendo ataques… Y además me empecé a poner muy nervioso porque el psicólogo no hacía más que darme hojas para llevar un control de mis síntomas y eso me agobiaba.
T: Entiendo. ¿Te hacía llevar un registro sobre los ataques de ansiedad y sus síntomas?
P: Sí, ¡qué pesadilla! Cuando el segundo psicólogo al que fui empezó a decirme que debía hacerlo también, directamente no volví a su consulta.
T: Bien, entonces más me vale no ponerte como tarea una tabla de registro, ¿no?
P: (Risas) Bueno, preferiría que no…
Este diálogo podría formar parte fácilmente de una primera entrevista con un paciente que llega a visita con un trastorno de ansiedad. Después de preguntarle qué le ha traído a vernos y explorar un poco el caso, es muy útil llevar a cabo este tipo de conversaciones ya que nos orientan en nuestra tarea como terapeutas y, además, favorecen la alianza terapéutica.
En este caso tenemos a un paciente al que perderemos, con casi toda probabilidad, si nos volvemos a encerrar en el autoregistro para saber en qué circunstancias se dan los ataques de ansiedad. Este tipo de registros, por supuesto, es muy útil, pero si el paciente muestra su rechazo hacia él, no servirá de nada que volvamos a prescribírselo.
Con este paciente, por ejemplo, podríamos preguntarle si guarda los registros anteriores y, en caso afirmativo, pedirle que los traiga a consulta el próximo día. De esta manera reforzamos la utilidad que tuvo el hacerlos y, además, podemos explorar los cambios que ha habido entre aquella época y la actual.
Además, nos ha dado la pista de que las técnicas de relajación le funcionaban bien en el momento en que las hacía. Quizá el abordaje terapéutico deba ir en esa dirección, dándole pautas para que pueda realizar los ejercicios de relajación en su casa, o en los momentos en los que sienta que la ansiedad empieza a controlarle.
Conociendo sus gustos y preferencias
No hay una persona exactamente igual a otra, de la misma manera que no hay una patología exactamente igual a otra ni un tratamiento exactamente igual a otro.
Será importante, pues, que nos fijemos en las preferencias y los gustos que el paciente va manifestando a lo largo de las sesiones para poder ajustar al máximo la terapia a su carácter y su forma de ser, siempre dentro de los límites y las exigencias terapéuticas, por supuesto.
De esta manera, es responsabilidad del terapeuta, crear una intervención terapéutica «a la carta» y a medida para cada uno de sus pacientes, de esa manera se asegurará de afianzar la relación terapéutica, ya que el paciente se siente importante y tenido en cuenta y, además, tendrá muchas más posibilidades de éxito terapéutico.