“La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría” (Solomon Asch)
El síndrome de Solomon es un trastorno que se caracteriza porque el sujeto manifiesta reacciones como la toma de decisiones o conductas evitando destacar o sobresalir sobre los otros, es decir, sobre el entorno social que le rodea. Es frecuente que estas personas se pongan obstaculós a si mismas para seguir su camino deseado, intentando no salir del camino común por el que va la mayoría de la población.
Es importante reseñar que existe una parte importante de la sociedad con miedo a llamar la atención en exceso, ya sea por temor a que los demás se pudieran sentir ofendidos por sus logros, virtudes y éxitos. El síndrome de Solomon, por tanto, nos viene a mostrar la baja autoestima y falta de confianza en uno mismo, que, demasiadas veces, tenemos por mirar, en demasía, que hace o no hace el vecino. Las personas afectadas creen que su valor como tales, y a todos los niveles o en cualquier contexto, dependen de lo poco o bien de lo mucho que las personas del entorno le valoren.
El síndrome de Solomon es otra muestra de la realidad de la sociedad actual, la misma que tiende a condenar a aquellos sujetos que consiguen el éxito y tienen talento. Obviamente, muchas personas no lo dicen, pero esas mismas personas ven con malos ojos que las cosas vayan bien a quienes les rodean, y es que detrás de todo ello se encuentra la envidia, un virus maligno que no permite ser feliz a la persona que lo sufre.
Por ello, uno de los miedos del ser humano es destacar, sobresalir y diferenciarse del resto. Ya que los juicios de valor ( a veces, sin ningún tipo de referencia ni conocimiento) y críticas que reciben de los demás movidos por la envidia se convierte en un virus que paraliza su progreso.
Influencia del grupo
Para demostrar la influencia que un grupo puede llegar a ejercer sobre un determinado individuo,en 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron (sin saberlo) en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto participaban en la misma prueba de visión que él.
Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostró tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pidió que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Lo organizó de tal manera que el alumno que hacía de “Cobaya” del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.
La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra respuesta, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.
El resultado fue que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas la veces que les preguntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos “cobayas” respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.
Según Solomon, ello reflejaba: “Por una parte, revela nuestra falta de autoestima, y por otra, que formamos parte de una sociedad que tiende a condenar el talento y el éxito ajenos”.
Actualmente, este estudio sigue fascinando a los investigadores de la conducta humana. La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable.
Sin embargo, de forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestros logros molesten a los demás. Esta es la razón por la que, en general, sentimos un pánico atroz a hablar en público ya que, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y,así, quedamos expuestos a lo que la gente pueda pensar de nosotros, y, por tanto, vulnerables.
El complejo de inferioridad
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros deseamos tener. Es decir, que nos lleva a focalizarnos en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así,se crea el complejo de inferioridad; sentimos que somos menos porque otros tienen más.
Embrujados por la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas ya que estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras frustraciones. En realidad, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos.
El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la inutilidad de molestarnos por lo que opine la gente de nosotros.De hecho, cada uno de nosotros tiene su propia opinión de si mismo y de los demás y esa opinión es tan respetable como la nuestra. Si lo pensamos lentamente, no queremos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por el sinsabor que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se supera? Muy simple: dejando de criticar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Queda claro que lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Especialmente, porque aquello que admiramos en los demás empezamos a sembrarlo en nuestro interior.Por ello,en lugar de luchar contra lo externo, construyamos por dentro. Y en el momento en que superemos, como sociedad, el complejo de Solomon, existirá la posibilidad que cada uno aporte, individualmente, lo mejor de sí mismo a la sociedad.
Gracias por su análisis Maria Dolores! Ahora puedo argumentar en Teoría del Conocimiento.
Muy buen análisis María Dolores, leyendo tu artículo y me complementa las técnicas que intento practicar de crecimiento personal. Gracias¡
Saludos¡
Hola Maria Dolores, lei tu articulo y me gusto mucho. Estoy totalmente de acuerdo con lo que decis en Complejo de Salomon. Ademas lo he comprobado en grupo de personas. Gracias. Saludos Susana