Hace unos días retomaba sus sesiones Beatriz, de 34 años, tras sus vacaciones. Después del saludo de rigor me apunta: “¿te puedes creer que, desde que he vuelto, tengo una depresión que no me la quito de encima?”. He de reconocer que soy muy expresiva, pero es que no, me puedo creer que estés más intranquila o más cansada pero no que estés “deprimida”.
¿Es correcto decir que «estamos deprimidos» tras las vacaciones?

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Concedamos el beneficio de la duda a aquellos que dicen que vuelven “deprimidos” de sus vacaciones e intentemos ver si existen pruebas a favor de dicho razonamiento.
¿Qué es el trastorno afectivo estacional?

Afecta al 20% de la población y casi siempre aparece en invierno – que explica la tan conocida depresión navideña – y se sienten mejor en primavera y verano – hasta ahora, que ha aparecido lo que se ha empezado a denominar la “depresión de la tumbona”. El trastorno afectivo estacional o SAD, está relacionado con cambios en la cantidad de luz solar que recibimos en las diferentes épocas del año. Las personas que sufren de SAD en verano son un 10%.
Sus síntomas sí podrían ser parecidos a los de una depresión aunque con la importante excepción de que no son continuos sino que aparecen y desaparecen, según la época del año. Así, entre dichos síntomas del SAD veraniego hallamos:
- Pérdida de peso
- Insomnio
- Irritabilidad y ansiedad
- Agitación.
- Tristeza
- Disminución de la energía y de la libido
- Fatiga
Más síntomas similares al trastorno depresivo atípico como son:
- Hipersomnia e hiperfatiga
- Alteraciones del apetito
- Hipersensibilidad al rechazo interpersonal
El SAD es más frecuente en mujeres, de edades entre 20-40 años.
¿Qué nos ocurre desde el punto de vista de la neurociencia?
Al llegar el verano – y con él, el sol – el hipotálamo empieza a fabricar más serotonina, debido a la información que llega a través de los órganos de la vista y por los neurotransmisores que regulan el estado de ánimo. Por el contrario, en invierno, con menos sol, existe una disminución paralela de dichos niveles de serotonina, reduciendo la cantidad disponible a nivel cerebral.
Así, desde la Universidad de Tilburg (Holanda) se dice que los días de descanso veraniego se pueden llegar a convertir en una patología relacionada con las hormonas activadoras del estrés ya que, durante el invierno, cuando por razones profesionales estamos sometidos a estrés elevado, se producen alteraciones tanto en el sistema nervioso simpático como en el inmunológico.
Ello produce que se disparen unas hormonas relacionadas con el estrés denominadas cortisol y adrenalina; la primera, segregada por las glándulas suprarrenales, que, por sí misma, no produce patología pero sí inflamación. Mientras que la adrenalina defiende al organismo contra las infecciones; por tanto, cuando llega el verano nos disminuye el estrés, baja el cortisol y la adrenalina, aparecen tejidos inflamados, el sistema inmunológico se debilita y, entonces, sí aparece un virus – por ejemplo, si nos vamos de vacaciones cogemos una gripe –sería posible que el organismo no respondiera igual de bien que lo haría en invierno.

El principal problema es que la adrenalina, que actúa sobre el sistema inmunológico, tarda milisegundos en desaparecer del organismo. Recordemos que es la misma hormona implicada en las reacciones de huida ante un miedo real o percibido. Pero el cortisol, con un efecto contrario, tarda 10 minutos en desaparecer. Por tanto, hay todo ese tiempo – tiempo en que hay cortisol pero ya no hay adrenalina- en que si un patógeno entra en contacto con nosotros, acabaremos enfermando.
Y, ¿dónde dejamos las razones psicosociales?
A ellas vamos. Sería muy fácil decir que todo es puramente una “cuestión de hormonas” para justificar lo que pudiera ocurrir en las vacaciones. ¿Qué tal si hablamos de características de personalidad e, incluso, de problemas sociales? Empezamos:
- Razones psicológicas
El perfil de estos pacientes es de profesionales, urbanos, reticentes a los cambios, vulnerables a la incertidumbre y a los conflictos, impacientes, hiperexigentes, con cierta adicción al trabajo y, por tanto, un nivel de estrés moderado-alto. El parón vacacional les hace sufrir tanto desórdenes orgánicos como emocionales. Es precisamente a eso a lo que se llama síndrome de las vacaciones o del tiempo libre o, con mucho menos acierto, “depresión de la tumbona”.
Dentro de este grupo también incluiríamos a aquellos que dedican gran parte del año en el culto al cuerpo, es decir, en estar delgados, guapos y bronceados para ir a pasar sus vacaciones en la playa. Sin embargo, durante este tiempo previo, en que creen que no llegarán a estar “perfectos” se estresan y volvemos a entrar en el problema.
Existe un tercer tipo, los que se estresan en la organización del viaje y, especialmente, con los pensamientos automáticos acerca de lo que ocurrirá. Sus pensamientos catastróficos acerca de su relación de pareja, de su papel como padre o como hijo o como amigo, de cómo serán o no serán las vacaciones, acaba generando una ansiedad anticipatoria que le hace entrar en el bucle.
Obviamente, el tipo más importante es el de las parejas que se van de vacaciones solas, que a lo largo del año – debido a su labor profesional y a sus tareas domésticas- se ven poco o muy poco, y cuya comunicación es más parecida a la de dos personas hablando en dos idiomas diferentes, que una comunicación en que se preste atención y se escuche al otro. El miedo que se genera al saber que se tendrán 24 horas completas durante diversos días para estar con esa persona y que ¡de algo deberemos hablar! genera intensos episodios de estrés.

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Pedir cita- Razones sociales
Adicción al trabajo: el perfil más proclive a enfermar son aquellos con una alta implicación laboral, que se sienten bien trabajando bajo presión, sometidos a retos y que, en vacaciones, cuando desaparecen estas circunstancias, se sienten culpables y tienen remordimientos por estar de vacaciones.
Por otra parte, tampoco saben qué hacer con tanto tiempo libre. No saben relajarse ni desconectar. Se desestabilizan y padecen trastornos de la alimentación y del sueño, dolores musculares o mareos, a lo cual, también, se le conoce como el “mal de la hamaca”.
Tenemos que pensar que un 51% de los trabajadores en activo responde a correos electrónicos y atiende a llamadas durante sus vacaciones, según un último informe sobre el mercado laboral de Infojobs-ESADE. Mientras que el 34% de los mismos cree que es imprescindible, según el mismo informe. Un 8% nunca se coge más de una semana seguida de vacaciones por miedo a que algo se haga mal durante su ausencia. Por otra parte, el 84% de los directivos se conecta a su oficina en vacaciones.
Consumo de ansiolíoticos y antidepresivos. Para intentar recuperar la estabilidad perdida “por estar de vacaciones”, la inmensa mayoría de los españoles nos vamos al médico del lugar donde nos hallamos o echamos manos de nuestro propio botiquín en donde no falta un ansiolítico o un antidepresivo “de alguna otra vez”. Primero, que lo que le ocurre no es lo mismo. Segundo, debemos hacernos conscientes del uso y abuso de ansiolíticos para medicalizar la mente – a cualquier edad – cuando, en la mayoría de los casos, se trata de cuestiones que tienen soluciones, un poco más lentas, pero mejores como una mejor gestión del estrés a través de psicoterapia.
Después de todo, ¿la podemos seguir llamando “depresión de la tumbona”?

Dejando aparate el hecho de que, a nivel cerebral, actúe “como si fuera” una depresión, existen dos cuestiones sociales por las cuales deberíamos evitar este nombre:
- Razones económicas. En primer lugar, hay muchas personas que no podrán tomarse unas vacaciones porque, sencillamente, tienen dificultades para llenar su nevera cada semana. Es injusto para muchas de ellas, con depresiones reales y que no pueden ir al psicólogo que estemos diciendo que unos pocos privilegiados que se van de vacaciones, van a tener una depresión por estar de vacaciones. Ni tan sólo deberíamos hablar de estrés por estar de vacaciones aunque clínicamente lo es.
- Razones laborales. Hay otro gran grupo de personas en este país que no se atreve a irse de vacaciones porque no sabe si cuando vuelva su empresa seguirá existiendo o lo hará su lugar de trabajo. De hecho, el miedo a perder el lugar de trabajo o a que se precaricen las condiciones laborales, ha hecho que aumente un 30% las enfermedades psicosomáticas, el estrés, la ansiedad y los trastornos relacionados con la ansiedad. Demasiadas veces, parece que sólo se tenga que ser solidario una vez al año o que la pobreza ocurra muy lejos de aquí pero si salen a la calle, con los ojos muy abiertos, igual la ven más cerca de lo que parece…
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