Si estás leyendo esto es porque posiblemente seas una de las tantas personas que hoy en día se ven en la obligación de abandonar su ciudad o país de origen en busca de ¿un futuro mejor? Las circunstancias de los últimos años, la crisis económica, las precaria situación laboral, el obtuso abanico de posibilidades laborales… son algunos de los motivos que han llevado en muchos ciudadanos a hacer la maleta y probar suerte en patrias que no son la suya. Y no, no es fácil. Es más, conlleva una importante carga emocional de la que tan poco se habla y de la que en Siquia sabemos mucho por nuestra experiencia en atención psicológica a expatriados a través de terapia online.
Esa (extraña) sensación de no pertenecer a ninguna parte

La cantidad de estudiantes o trabajadores que se han visto (y se siguen viendo) obligados a dejar su país en búsqueda de suerte laboral en otras tierras es inmensa. Para algunos de ellos el viaje y su nueva vida supone toda una experiencia y aventura. Sin embargo, para otros muchos se torna en un calvario.

Abraham Maslow habla en su Pirámide o Jerarquía de las necesidades humanas de la necesidad de pertenencia del ser humano. Es algo intrínseco a los individuos; la necesidad de ser parte de algo. Desde pequeños, y conforme vamos creciendo, comenzamos a ser parte de un todo, una y otra vez. Sentimos la necesidad de identificarnos a nosotros mismos con las cosas que nos rodean, de pertenecer a ellas. La familia, la clase del cole, nuestro barrio, el grupo de amigos del instituto, nuestro equipo de fútbol favorito, nuestra banda preferida, nuestra pareja y así constantemente.
Nos vamos aferrando a las cosas que se cruzan durante nuestra vida y esto supone un problema cuando nos toca desprendernos de ellas. Cuando una persona toma la decisión de cambiar de vida, de país, deja prácticamente todo lo que es o ha sido atrás. Su familia, sus amigos, su costumbres, sus bares favoritos, sus calles, su día a día.
Llegar a un nuevo país supone un impacto emocional y cultural muy grande que no todo el mundo tiene la capacidad de gestionar. La vida nos da un giro de 360º en el que cuando abrimos los ojos nos encontramos con un idioma nuevo, una casa nueva, unas costumbres diferentes, etc. En definitiva, un entorno al que no pertenecemos y en el que no existimos. Ya no somos “el hijo del Paco”, “el primo de la Isa” o “el nieto de la de la panadería”, hemos perdido aquello a lo que pertenecíamos. Ya no está el grupo de amigos al que todos llamaban “los heavys”, o la peña del fútbol para ver el partido de los domingos.
Muriel James y Louis Savary hablan en su libro “Cómo lograr una nueva personalidad” sobre una serie de necesidades psicológicas y emocionales que deben ser satisfechas para garantizar la salud y el bienestar. Una de ellas es la de pertenecer. Necesitamos creer y sentir que somos parte de alguien o de algo, de una cultura, de un país, de un movimiento, de un grupo. Todo esto desaparece cuando hacemos la maleta y ponemos los pies en suelo desconocido. El impacto psicológico y emocional que ello conlleva puede poner en peligro nuestra salud mental, pero, por suerte, hoy en día hay equipos de psicólogos y terapias especializadas que dan soporte y ayudan a personas expatriadas.
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