5 técnicas para el desarrollo de habilidades sociales

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Las habilidades sociales, aprendidas naturalmente desde que somos pequeños, son las encargadas de ayudarnos a relacionarnos con los demás y a expresar nuestras emociones. Sin embargo, adquirir estas conductas no es tan fácil para todo el mundo.

¿Qué son las habilidades sociales?

Slaby (1977) define las habilidades sociales como “la capacidad para interactuar con los demás de un modo determinado que es aceptado o valorado socialmente y, al mismo tiempo, personalmente beneficioso o mutuamente beneficioso”.

Este tipo de habilidades se van aprendiendo naturalmente desde la infancia viendo cómo actúan los demás y repitiéndolo. Sin embargo, muchas veces los padres no tienen este tipo de habilidades desarrolladas por lo que es mucho más complicado que un niño las pueda aprender.

En definitiva, estas habilidades son conductas verbales y no verbales que están vinculadas a la forma en la que nos relacionamos con los demás.

Tienen una importancia máxima, ya que van a condicionar cómo nos sentimos al estar con otras personas y van a dificultar o facilitar lograr nuestros objetivos con otras personas.

Está comprobado que los niños y adultos con pocas habilidades sociales tienen más posibilidades de tener poca autoestima y sufrir un ataque de ansiedad ante cualquier situación que tenga que ver con el contacto social.

Carencia de habilidades sociales

La falta de estas habilidades se nuestra de tres formas según los psicólogos:

  1. Inhibición

En este caso, la persona no dice lo que piensa y se calla porque siente que no tiene derecho a hacerlo o le da miedo las reacciones negativas que tengan los demás sobre lo que diga y que por ello le rechacen. Se les caracteriza por sonreír ante situaciones incómodas y ser enemigos de los enfrentamientos, siempre quieren que haya buen ambiente y no haya discusiones.

Aunque parezca positivo, tener este comportamiento tan pasivo tiene una serie de problemas: El primero es que estas personas suelen tener cada vez una autoestima más baja. Por otro lado, no se deja conocer por los demás porque no se expresa de forma clara y, además, siente que él no tiene importancia. Por último, al evitar siempre los enfrentamientos cada vez tienen más miedo y son menos capaces de enfrentarse a alguna pelea o discusión.

  • Agresividad

En este segundo caso, la persona dice todo lo que piensa sin pensar en cómo le pueda sentar a la otra persona. Simplemente dice por la boca lo que siente pensando siempre en él y nunca en si puede herir al otro. Se le caracteriza por ser dominante y amenazador, usar un tono sarcástico y ser muy exigente.

Las relaciones que establecen este tipo de personas suelen estar basadas en la dominancia, es decir, relaciones que no van a ningún lado y que carecen de compenetración y respeto.

  • Comportamiento pasivo-agresivo

El último caso es una mezcla entre el primero y el segundo. La persona suele callarse todo y en un momento de enfado dice todo lo que piensa de manera intermitente, sin pensar en los demás. Básicamente, aguanta hasta que explota porque no puede más. Cuando ocurre esto la persona tiende a sentirse culpable y los demás reaccionan de forma negativa por lo que la idea de callarse y no decir nada se le mete en su cabeza formando una burbuja que al final acabará explotando como siempre.

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La asertividad es la solución

Los psicólogos de Apai recomiendan habilidades sociales que estén basadas en la asertividad, ya que esta fomenta la autoestima propia porque tiene en cuenta otras necesidades emocionales más profundas y representa un respeto mutuo. Empatiza con las personas y es beneficioso para todos.

¿Cómo se aprenden estas habilidades?

Como ya se ha mencionado antes, las habilidades sociales las aprendemos a lo largo de nuestra infancia de una forma totalmente natural. Se pueden aprender de dos formas:

  • Aprendizaje vicario: Observamos cómo actúan las personas de nuestro entorno (madre, padre, hermano…) ante algunas situaciones difíciles incluyendo las circunstancias de estas.
  • Aprendizaje por condicionamiento operante: Emitimos conductas de forma espontánea. Si vemos que hacemos algo y a la otra persona la siente mal, o se enfadan con nosotros, lo más probable es que no lo hagamos más. De otro modo, si vemos que lo que hemos hecho está bien seguiremos haciéndolo. Es decir, es un aprendizaje operante que se rige por las consecuencias.

Técnicas para entrenarlas

La psicóloga Isabel Rovira Salvador aconseja algunas técnicas que podemos llevar a cabo para mejorar la capacidad a la hora de interactuar con las personas. Estas técnicas no deben seguirse en un orden concreto, son elementos independientes que se pueden alargar, ampliar y repetir.

Hay cinco técnicas distintas:

  • Modelado: Formada por un aprendiz y una persona con habilidades que el principiante quiere aprender. La persona realiza algunas conductas de forma adecuada para que así el aprendiz las repita.

Esto se puede hacer en persona o de forma grabada. Lo esencial es que la persona que enseña tenga los mismos rasgos que el aprendiz, es decir, misma edad, género…

El maestro debe de hacer estas conductas de forma fácil y cercana, no puede hacerlas de forma muy experta, ya que de esta forma desmotivará al aprendiz. Además, cuanto más claro sea, más efectividad tendrá.

  • Ensayo conductual: Cuando el maestro ya ha hecho su labor, el aprendiz debe de llevar a cabo las actuaciones que ha aprendido. Pueden ser: reales, lleva a cabo la conducta en contextos simulados; encubiertos, se lleva a cabo mediante la imaginación en el lugar de entrenamiento.

No son excluyentes, es decir, puede hacer primero una y más tarde otra.

Los participantes no tienen porque estar solos, el maestro puede mantener una conversación con él siempre que sea necesario con el objetivo de manejar la situación. Los demás alumnos pueden hacer representaciones auxiliares.

  • Retroalimentación: Después de la segunda fase, tiene que haber un periodo de retroalimentación. Esta se da al aprendiz de forma de información sobre cómo ha llevado a cabo las pruebas, de forma concreta y específica.

Se debe de decir lo que ha hecho bien, para reforzar a la persona, como lo que ha hecho mal, para que lo pueda mejorar.

Este intercambio de información debe de hacerse de forma inmediata o cuando la persona esté realizando la prueba.

  • Reforzamiento: Para que la persona sepa que lo está haciendo bien y tenga fuerzas para seguir haciéndolo de la misma forma en un futuro hay que reforzarla. En este caso, hay dos tipos de refuerzos: el material, que se refiere a recompensas tangibles, y el social, que hace referencia a los elogios (suele ser el más valorado).

Después de haber administrado estos refuerzos, toca el refuerzo intermitente que es aquel que tiene como objetivo fortalecer las conductas y mantenerlas en el tiempo.

  • Generalización: El objetivo es que la persona lleve a cabo estos comportamientos fuera, en la vida real. De nada sirve hacerlo bien en estos entrenamientos si luego no es capaz de hacerlo igual en la realidad.

Los psicólogos son los encargados de ayudar a la persona a que exprese sus sentimientos siempre que quiera y de una forma adecuada. También ayuda a rechazar algunas peticiones que la persona no desea hacer, pedir en un bar o llamar por teléfono a algún sitio, preguntar lo que sea sin sentirse inferior, saber criticar y recibir críticas, comenzar conversaciones y llevarlas de forma adecuada…

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Imagen de Paula Parra Maté
Sobre Paula Parra Maté Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valladolid. Soy alegre y muy risueña, me gusta informarme e informar a los demás, aprender cosas nuevas y dar lo mejor de mí en cualquier ámbito de mi vida. Mi objetivo es llegar a ser alguien importante en el mundo de la comunicación.
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