primera impresiónTe presentan a Carlos en una fiesta. Cuando te va a dar la mano, se tropieza, y te pisa un pie. Como llevaba la copa llena, te salpica algo de vino en la ropa. Te pide disculpas e intenta sonreír, pero su sonrisa está manchada de chocolate del pastel. Un cuadro.

Si te has imaginado esta situación de una forma algo realista, aunque yo ahora te dijera que Carlos es la mejor persona del mundo y que merece la pena conocerlo, tu interés en conocerlo más a fondo será probablemente muy bajo. Te has formado una primera impresión negativa de él.

Carlos realmente ha tenido mala suerte y nos ha dado muchos elementos que nos han ayudado a hacernos esta primera impresión negativa. Normalmente no necesitamos tanto, algunos experimentos sugieren que con tan sólo dos décimas de segundo delante de otra persona podemos formarnos una primera impresión que se mantendrá bastante estable en el tiempo. Otros estudios son menos atrevidos y sugieren que la primera impresión se forma entre los 7 y los 30 primeros segundos de conocer a alguien.

Sea como sea, es muy poco tiempo para causar una buena impresión, que es lo que todos buscamos. Y como dijo alguien «no hay una segunda oportunidad para una primera impresión«.

¿Porqué nos formamos una primera impresión tan rápido?

Tiene que ver con la evolución de nuestra especie y con lo que, a lo largo del tiempo, le ha resultado adaptativo.

La primera impresión no es más que un juicio rápido que nos hacemos sobre una persona o situación que tenemos delante. Si juzgamos que es peligroso, que no nos conviene o que va a traernos problemas, nuestro cuerpo activa sus mecanismos de huída y no queremos saber nada más del tema.

Quizás actualmente no tenga mucho sentido actuar así, ciertamente, pero cuando los hombres de las cavernas se encontraban ante un elemento extraño debían decidir rápidamente si su vida corría peligro o no. De la rápida decisión que tomaran dependía su supervivencia. Así pues, sólo los que eran capaces de formarse una primera impresión más ajustada a la realidad sobrevivían y, por tanto, se reproducían y, por lo tanto, selección natural.

Así que gracias a esta selección, en parte, hoy en día nuestro cerebro sigue estando programado para llegar a una rápida conclusión con poca información.

¿Cómo funciona la primera impresión?

Vivimos en un mundo lleno de estímulos y situaciones nuevas. Cada día, a pesar de la rutina, debemos enfrentarnos con situaciones y elementos con los que no habíamos tenido que enfrentarnos anteriormente.

El cerebro necesita organizarse de alguna manera. Si cada vez que se enfrentara a algo nuevo tuviera que analizar todos los pequeños detalles para entenderlo seríamos terriblemente ineficientes.

Así, ante una situación nueva, lo que hace el cerebro es: primero formarse una primera impresión para decidir si es «peligroso o no» lo que tenemos delante y, segundo, organizar y clasificar esa información para poder acceder a ella rápidamente en caso necesario.

Es decir, en el caso de Carlos, el cerebro después de la accidentada primera impresión, abre una carpeta con el nombre de «Carlos» y la archiva en un archivador en el que pone: «no interesante«.

Pero a veces no es necesario, siquiera, que haya una interacción para crearnos una primera impresión de alguien. Si nos cuentan una historia de dos personas desconocidas y a una nos la pintan como «la buena», y a otra como «la mala», si en algún momento conocemos a esas personas estaremos, por supuesto, mucho más predispuestos a que nos caiga bien «la buena» que «la mala».

Incluso podemos formarnos una primera impresión de una persona simplemente por cómo nos recuerda a alguien que hemos conocido anteriormente. Si conocemos a alguien que tiene los mismos gestos que aquél profesor del colegio que nos tenía manía, va a ser difícil que congeniemos. Si, por el contrario, conocemos a alguien que nos recuerda a aquél primer novio que tuvimos cuando veraneábamos en Gandía, lo más probable es que nuestra predisposición a conocerlo sea más positiva. Incluso es posible que acabemos congeniando realmente bien.

En todo caso, nuestra primera impresión de Carlos, como ya hemos dicho antes, es negativa. Pero no solamente es negativa, sino que, además una vez tenemos una idea clasificada en el cerebro, nos cuesta mucho sacarla de donde está para ponerla en otro cajón, por lo que Carlos tendrá que demostrarnos con mucho esfuerzo que es una persona digna de nuestro interés.

Esto pasa porque, una vez tenemos a Carlos clasificado, el cerebro da la orden a nuestros sentidos de que busquen en Carlos más información que sostenga la teoría de que es «no interesante». Toda la información que vaya en la dirección opuesta será básicamente obviada por nuestros sentidos.

¿Podemos evitar el efecto de la primera impresión?

Lamentablemente no. Es un efecto completamente inconsciente, no podemos hacer nada para intentar no crearnos una primera impresión de algo o alguien.

Lo que sí que podemos hacer, por supuesto, es intentar modificar esa primera impresión.

Sabemos que nuestro cerebro es rápido y que no vamos a poder evitar que inconscientemente perciba cosas que conscientemente no entendemos. Pero podemos intentar ser conscientes de esa primera impresión y procurar no actuar en base a ella. Es un trabajo duro y no siempre efectivo, es como luchar contra una persona que no quiere oír. Nuestra parte consciente debe intentar no dejarse convencer por nuestro inconsciente. Una lucha ciertamente encarnizada.

¿Puedo evitar crear una mala impresión?

El caso de Carlos que comentábamos al principio, es una caricatura de una serie de infortunios. Por suerte, normalmente no nos acercamos con esas calamidades a interactuar por primera vez con alguien.

La primera impresión se crea a partir de sutilezas básicamente no verbales. Un gesto, un tono de voz, un movimiento más o menos brusco, todo esto puede hacer que la otra persona se forme una idea errónea de ti.

Muchas veces, debido a la propia ansiedad que nos crea el hecho de enfrentarnos a una situación nueva o diferente, lo que transmitimos a nivel no verbal es tensión. Sobretodo, lo que se ha demostrado que más influye a la hora de crearse una mala primera impresión es la incompatibilidad entre lo que decimos y lo que comunicamos por vía no verbal.

Cuando estamos nerviosos o bajo presión intentamos controlar nuestro cuerpo, dando lugar a posturas y movimientos forzados que pueden ir en contra de lo que estamos diciendo.

Por ejemplo, en una entrevista de trabajo, puedes estar diciendo verbalmente que eres una persona tranquila y calmada, e incluso estar haciéndolo con una voz relajada, pero el hecho de estar intentando controlar el movimiento de las piernas o la dirección de la mirada, hace que el cerebro de la persona que tienes delante detecte una incongruencia y te clasifique como «poco de fiar».

Aunque parezca un consejo sacado de la mayoría de libros de autoayuda, en este caso es bien cierto que, para crear una buena primera impresión, lo mejor es ser tu mismo. Relájate y disfruta de las novedades, así tu cuerpo, tus palabras y tu cerebro estarán en harmonía y transmitirás lo que eres.