Situaciones de inmovilidad en la tercera edad: cómo paliar sus consecuencias

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Salud Mental
Lucía Lorenzo
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La tercera edad constituye un período vital complejo en donde no sólo se experimentan cambios físicos o emocionales. Las personas mayores deben aprender a convivir con un proceso de transformación en el que sus capacidades cognitivas o su autonomía personal pueden verse sujetas a ciertas vulnerabilidades. La inmovilidad en la tercera edad representa para muchos un factor de desasosiego e inseguridad.

La dependencia creciente se suma a unos achaques que, de no establecer medidas preventivas saludables y efectivas, pueden agravarse poniendo en jaque su calidad de vida.

inmovilidad en la tercera edad

A continuación te hablamos de ello en mayor profundidad y te explicamos por qué los colchones especiales como estos pueden tener un impacto importante en la salud mental, emocional y física de las personas mayores.

Movilidad reducida e inmovilidad en la tercera edad: Sus consecuencias

Con el paso del tiempo el cuerpo humano pierde capacidades motoras que, dependiendo del caso, pueden derivar en una limitación importante de la movilidad o incluso en la incapacidad. Esta situación origina un estilo de vida con tendencia al sedentarismo que, a largo plazo, puede originar complicaciones y problemas de salud físicos y emocionales. Las personas ancianas que se ven obligadas a permanecer largos períodos de tiempo en cama pueden experimentar:

Alteraciones en el sistema cardiovascular

La ralentización de la circulación sanguínea incrementa las probabilidades de sufrir trombosis venosa profunda, tromboembolismos o tromboflebitis. Además, también puede originar anormalidades en la frecuencia cardíaca, hipotensión ortostática o mareos motivados por los cambios de posición súbitos.

Deficiencias en el sistema respiratorio

El tromboembolismo pulmonar es uno de los riesgos más graves. No obstante, también se incrementan las probabilidades de que se genere una mayor propensión a sufrir infecciones como la neumonía. Al permanecer demasiadas horas al día en cama, el proceso de ventilación se obstaculiza originando retención de secreciones.

Pérdida de control en el sistema urogenital

De acuerdo con un estudio elaborado por la Universidad de Vic en colaboración con la Universitat Central de Catalunya, las personas que permanecen largos períodos inmovilizadas o que cuentan con hábitos de vida predominantemente sedentarios, tienen mayores probabilidades de desarrollar problemas de incontinencia urinaria.

La incontinencia es un problema que afecta mayoritariamente a la tercera edad. Sin embargo, la inmovilización puede agravar el problema intensificándolo. Además, su incidencia también deriva en problemas secundarios como infecciones urinarias, aparición de cálculos renales o eritemas.

Disfunciones en el sistema musculoesquelético

La movilidad reducida genera una pérdida de masa muscular y, poco a poco, la pérdida de flexibilidad y resistencia muscular. Es habitual que además vaya asociado a una rigidez articular o una mayor tendencia a sufrir contracturas.

Este cuadro se convierte en la antesala de un proceso cíclico en donde la inmovilidad causa deterioro y al mismo tiempo se genera por el deterioro funcional. Poco a poco el alcance de sus efectos se extiende de forma generalizada en el sistema musculoesquelético y, en última instancia genera enfermedades como la osteoporosis.

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Sistema digestivo

Permanecer largos períodos de tiempo en cama reduce los niveles de apetito. Cuando el paciente reduce la ingesta de alimentos comienza a sufrir problemas de malnutrición. Por otro lado, pueden producirse alteraciones en el sistema digestivo como la aparición de bolos fecales con ciclos de estreñimiento intensificados, mayor propensión a sufrir reflujo gástrico o, incluso, a la deglución.

Piel

La permanencia durante largos períodos en posiciones horizontales también puede generar problemas dérmicos. El efecto del peso y la presión propicia la aparición de escaras. Además, la maceración derivada de la incontinencia urinaria puede generar irritaciones y eccemas.

Sistema nervioso

La reclusión va asociada a la escasez de estímulos externos y, en consecuencia, a la privación sensorial lo cual tiene consecuencias directas sobre la salud psicoemocional.

El deterioro cognitivo puede verse acelerado, pero también se puede ver mermada la capacidad de concentración y el raciocinio.

Además, es habitual que se produzca una alteración en la percepción del entorno físico ocasionando problemas en el sentido del equilibrio. Por último, existe una mayor tendencia a mostrar episodios depresivos y alteraciones emocionales.

¿La inmovilidad puede alterar los ciclos de sueño?

Aunque la inmovilidad en la tercera edad se suele asociar con un mayor descanso, lamentablemente ambos conceptos no siempre están vinculados favorablemente.

De hecho, en muchos casos, la inmovilidad genera un efecto adverso minimizando la capacidad de sueño y generando alteraciones que pueden repercutir en la salud de las personas de la tercera edad. Algunos de los principales problemas que se producen en estas circunstancias son:

Insomnio

No resulta extraño que la permanencia en la cama durante largos períodos de tiempo vaya asociada a la incapacidad de conciliar el sueño. Cuando esto ocurre, es común que la persona afectada experimente agotamiento a lo largo del día y que, al llegar la noche tenga importantes dificultades para iniciar o mantener un sueño reparador.

Hipersomnia

Puede darse una alteración del sueño en el espectro contrario, es decir, originando una propensión excesiva a dormir durante largos períodos del día.

Cuando se sufre de hipersomnia fácilmente se pueden tener episodios de sueño profundo durante diez horas consecutivas o más. Lamentablemente, esto no va asociado al sueño reparador. Es posible dormir durante largos episodios sin llegar a experimentarlo a pesar de todo.

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Cuando las circunstancias obligan a permanecer en la cama durante largos periodos, el colchón se convierte en un elemento vital

En este contexto resulta especialmente importante escoger un colchón de calidad que ayude, en la medida de lo posible, a minimizar las consecuencias perjudiciales que experimentan los individuos de la tercera edad a causa de la inmovilidad. Un buen colchón para una persona de la tercera edad está integrado por seis partes.

El núcleo es una de las más importantes porque define el grado de firmeza del colchón. Por otro lado, es necesario prestar atención a las planchas amortiguadoras. Estos elementos son capas compuestas por diferentes materiales y, en su conjunto determinan el nivel de estabilidad de la estructura.

La parte más superficial del núcleo recibe el nombre de acolchado y su composición condiciona el nivel de comodidad que se percibe con cada uso. Además, las válvulas se sitúan en las áreas laterales y facilitan los procesos de ventilación del área interna del colchón, lo cual favorece su conservación e incrementa su capacidad de adaptabilidad.

En la superficie del cuerpo se encuentra la funda que actúa como una barrera protectora evitando la aparición de bacterias. Por último, muchos colchones cuentan con asas que permiten movilizar el colchón con mayor facilidad para adaptarlo al entorno y a las necesidades del anciano.

¿Qué tipos de colchón son más recomendables?

Aquellas personas de la tercera edad a las que la inmovilidad obliga a permanecer en la cama durante períodos prolongados tienen una alta propensión a sufrir problemas dermatológicos. Las lesiones en la piel son, de hecho, uno de los problemas más generalizados.

Optar por medidas preventivas puede evitar que se generen infecciones y que, en general, la calidad de vida se incremente.

A pesar de que es posible acceder a soluciones médicas para tratar las llagas ocasionadas por la fricción de la piel o la presión provocada por el peso del cuerpo, es recomendable evitar su aparición en lugar de paliar sus efectos una vez se han producido.

La mejor alternativa para evitar este tipo de problemas de raíz es optar por un colchón anti escaras. Pero, ¿cómo escoger el mejor modelo?

A continuación te proponemos tres consejos para identificar la opción más apropiada:

Regulador de aire

La presencia de aire en el colchón puede contribuir a mitigar los efectos de la presión. No obstante, este factor es variable y, por lo tanto, requiere de una solución adaptada al perfil de cada persona.

Mientras que aquellas que cuentan con un peso corporal elevado requieren de mayor presión de aire, aquellas que tienden a la delgadez requieren de menos aire y resistencia para sostener su peso.

Un buen colchón anti escaras está preparado para proporcionar el mejor soporte con independencia de la complexión. Para ello integra un regulador de aire que permite definir la solidez y consistencia de la estructura interna.

Fácil de limpiar

Un usuario que permanece en cama durante largos períodos de tiempo puede incrementar los niveles de humedad del colchón. Esto a largo plazo no sólo puede derivar en la aparición de llagas o escaras, también puede acentuarlas.

Para evitarlo, es importante contar con un colchón que optimice los procesos de transpiración. Además, debe estar elaborado a partir de materiales que faciliten su correcta limpieza para evitar cualquier riesgo de infección.

Los modelos con celdas independientes garantizan la correcta circulación de las micro-corrientes de aire y además, ayudan a evitar la acumulación de residuos y minimizar la tendencia a la sudoración.

Compresor silencioso

Para mejorar la experiencia y reducir los efectos del contacto continuo con el colchón, es preferible optar por soluciones motorizadas.

No obstante, debemos tener en cuenta que en algunos de estos modelos pueden interferir en la tranquilidad del usuario a partir de la emisión de ruidos. Para evitar molestias en este sentido, es recomendable escoger un modelo que presente una frecuencia de entre 33 y 34 dB.

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Sobre Lucía Lorenzo

Periodista especializada en salud mental

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