adiccion al psicologoHace unos días, una compañera me deriva a un paciente y, telefónicamente, me comenta: “mira, no puedo decirte mucho más que tengas en cuenta que vas a ser su tercera psicóloga”, “pues, sí que es un caso difícil…”. Mi compañera sonríe y responde: “no, Dolors, no se trata precisamente de eso”.

La semana después, el paciente tiene su primera sesión conmigo. Sin preguntarle, el paciente empieza diciendo “verás, creo que mi problema más importante, ahora mismo, es que soy adicto a mis psicólogas – contigo todavía no, porque no te conozco lo suficiente, pero igual llega – Sin embargo, no me puedo olvidar de Marina ni de María, quisiera estar seguro de si están bien o cómo están, si pudiera les mandaría what’s app todo el día y ya las tengo agregadas a mis redes sociales. Por cierto, ¿cuáles son las tuyas? No es un problema grave, ¿verdad? Es que mi familia dice que soy un adicto a ir al psicólogo y yo ya me lo creo.

Diferencias entre adicción y dependencia

La característica principal de una adicción es la compulsión o pérdida de control para llevar a cabo una conducta determinada. Se pueden establecer como elementos característicos de una adicción:

  • Gran deseo – denominado compulsión – por realizar la conducta. Sobre todo si no tenemos la oportunidad de hacerla.
  • Incapacidad de controlar  el inicio y mantenimiento de la conducta así como su intensidad.
  • Estado de ánimo alterado si la conducta no se puede llevar a cabo.
  • Persistencia en la realización de la conducta a pesar de que la misma ocasione graves consecuencias a nivel laboral, familiar, de pareja, sexual o económicas.

Respecto a la dependencia, podría ser de tres tipos:

  • Física. Necesitar el contacto físico con el terapeuta. Tengamos presente que esto dependería de la orientación terapéutica del mismo puesto que algunas orientaciones imponen limitaciones, incluso físicas, en forma de grandes mesas mientras que otras aprovechan más el acercamiento con el terapeuta.
  • Psicológica. Es la necesidad de obtener consejo, ayuda y guía por parte de otra persona que se considera “especial” o “más fuerte”.
  • Social. La necesidad de realizar una conducta como manifestación de pertenencia a un determinado grupo social. Así, hace algunos años era habitual que, especialmente las mujeres de una cierta posición, acudieran los martes a su sesión con el psicólogo, igual que el miércoles iban a merendar con sus amigas y el jueves a la peluquería y ello solo indicaba un status socioeconómico alto.

A pesar de todo lo dicho, no podemos concluir que la terapia psicológica cree dependencia. Más bien es al contrario, genera independencia. Lo que se pretende al inicio de una terapia es dotar al paciente de las suficientes herramientas para que pueda ser autosuficiente, es decir, se le plantea la posibilidad de que se fabrique una caña de pescar, pero no se le da el pez. Eso sería demasiado fácil y los objetivos de la terapia no se cumplirían.

No podemos concluir que la terapia psicológica cree dependencia. Más bien es al contrario: genera independencia

En cualquier caso, sea cual sea la orientación terapéutica del psicólogo, la terapia comporta tiempo, compromiso y esfuerzo. No olvidemos que hay que fabricar una caña de pescar,  y no se soluciona nada diciendo “es que la he pagado”, porque el contrato verbal es “pagas pero yo te enseño cómo se puede fabricar esta caña” En cualquier caso, si nuestro paciente- fabricante de cañas, se agobia mucho o tiene fuertes crisis de ansiedad, será útil darle algún pez para que no olvide cuál es la meta a conseguir si, antes, tenemos la “caña”.

¿Qué es un paciente? ¿Qué es un psicoterapeuta?

Un paciente es un ser humano que –en el caso que nos ocupa- está siendo sometido a tratamiento psicoterapéutico, al cual ha acudido por voluntad propia, ya que dice padecer de un malestar emocional de la suficiente importancia como para ver a un profesional, con el cual intentar curar de dicho malestar.

Un psicoterapeuta es otro ser humano que acompañará al paciente a lo largo de su cambio terapéutico, ese camino de discurrir lento y con diversos tropiezos, ante los cuales estará el psicoterapeuta para ofrecer su mano y ayudar a levantar- de nuevo- al paciente, le dará las “instrucciones” para construir su propia “caña de pescar”.

El psicoterapeuta debe relacionarse con el paciente a través de la empatía, la aceptación incondicional y la autenticidad, puesto que la relación profunda que se llega a establecer con el paciente o vínculo terapéutico tiene, en sí mismo, características curativas. El paciente aprende a confiar en su psicólogo, lo cual baja sus barreras defensivas y permite el progreso de la terapia. Si el vínculo que se establece entre ambos no es adecuado, el paciente se hallará inseguro y la terapia no avanzará de una forma adecuada.

¿La relación terapéutica puede crear adicción?

El psicoterapeuta, entendido como la persona que acompaña a su paciente con tal de lograr sus cambios, es una persona igual que el paciente. En algunos casos, hay una tendencia a otorgarnos casi “superpoderes” que no son reales, tampoco es cierto que lo sepamos todo o podamos solucionar cualquier cuestión, como tampoco lo es que, por el mero hecho de atravesar nuestra puerta, se consigue toda la paz interior, la sabiduría y la calma que tanto se anhela. El proceso de cambio cuesta – a veces, mucho – pero, con esfuerzo y persistencia, se pueden conseguir las metas que uno se propone.

De cualquier forma, lo que sí es cierto es que la sociedad hace al psicólogo el profesional que tiene en sus manos el bienestar emocional, psicológico e, incluso, físico de los pacientes. Esta norma no escrita se halla tan interiorizada que, cuando alguien se convierte en paciente, antes de iniciar el tratamiento, la asume como cierta, lo cree y lo acepta.

Sin embargo, cuando el paciente establece una relación terapéutica con un psicoterapeuta, pronto se dará cuenta de que sólo está en sus manos la capacidad para hacer cambios positivos en su vida, que su terapeuta sólo es un guía, aquel que dice “vigila”, “cuidado, que te vas a meter en el charco”, “¿qué haces sentado en la piedra?”. Pero las acciones – los cambios – sólo los puedes hacer tú, porque tú eres el poseedor de tu voluntad, no tu psicoterapeuta.

Obviamente, los psicoterapeutas acompañamos a los pacientes el tiempo necesario. Ese tiempo que creemos suficiente para que como paciente ya no necesites de instrucciones para caminar por la vida, ni de advertencias sobre posibles peligros… el tiempo suficiente para que seas capaz de tomar tus propias decisiones, de forma segura, confiando en ti y sintiéndote protagonista de tu propia vida, de tu propia historia.

De cualquier manera, nunca retenemos al paciente, porque vino libremente y puedes irse libremente. Aun si el proceso de terapia no está acabado, le debemos mostrar – como psicoterapeutas- lo que creemos que va a pasar. Llegados a ese punto, nuestras puertas siempre deben poder abrirse, ya sea para entrar o salir.

¿Puede crear dependencia esta relación terapéutica?

El mayor conflicto de un psicoterapeuta ante el paciente es intentar manejar un orden de las cosas que no le correspondería. El trabajo profesional del terapeuta es intentar conducir al paciente por el camino de la terapia para llegar a su completo restablecimiento. El problema ocurre cuando el terapeuta acepta responsabilidades que no le pertocan como son: cumplir un rol de protector, o una figura paterna/materna, o construir una red de apoyo que no está presente.

Por otra parte, los terapeutas no tenemos “superpoderes” y sí una vida privada, en la que ocurren las mismas cosas que te pueden estar pasando al paciente. Al fin y al cabo, no resultamos “tan raros” y, si imponemos límites, resulta que estos pueden topar, de frente, con las necesidades del paciente. Muchas veces no se imponen límites para que el paciente “no se enfade” y, muchas otras, porque pensamos que un “no” en determinado punto del proceso terapéutico, es perjudicial para todo aquello que se ha conseguido hasta ese momento.

No podemos dudar de que el paciente hace una transferencia de cuestiones de alto valor emotivo hacia el psicoterapeuta, ya sea en forma de situaciones vividas o de personas queridas. Debemos considerar que se halla dentro de una relación terapéutica regida por el secreto profesional y los principios de confidencialidad en la que el paciente sabe que puedes explicarse y no va a ser juzgado, culpado o criticado.

Y si fuéramos  más allá de la empatía, hallaríamos la sintonía

Las personas somos animales sociales lo cual implica que tenemos una necesidad natural de relacionarnos con los demás porque es así como construimos nuestra identidad, adquirimos nuestras habilidades y desarrollamos nuestra propia autoestima.

Una vez construidas estas relaciones interpersonales, creamos vínculos afectivos con otras personas pero, en algunos casos, estos vínculos no nos pueden satisfacer como querríamos y ello genera frustración y malestar. En estos casos, a medida que empeora la calidad de dichos vínculos, más necesidad de afecto tenemos y ello crea un circulo vicioso que acaba produciendo la dependencia emocional.

Pero, en estas condiciones, la relación del paciente con el psicoterapeuta lo que hace es romper el anterior círculo vicioso ya que lo intenta el terapeuta es, precisamente, promover la autonomía y la independencia del paciente. Sólo la consolidación de esta relación, basada en la confianza con el transcurrir las sesiones, lo puede demostrar.

Sin embargo, hay algo imprescindible para lograr que la relación que se establece entre paciente y psicoterapeuta: se denomina sintonía, la cual supone que existe ya empatía, pero va más allá.

Dicho de otro modo, la capacidad para identificarse con los sentimientos tanto positivos como negativos del paciente no es suficiente en terapia. Precisamos de la sintonía, es decir, la capacidad de comunicar la empatía a ti-paciente, tanto con lenguaje como no verbal. Es la sintonía la que produce la unión con el paciente mientras dura la terapia.

Una vez que el paciente se siente seguro y confía en el psicoterapeuta, sus barreras defensivas se eliminan, se puede hablar de emociones y de experiencias que, muchas veces, le dejan sorprendido porque ni recordaba tener o, simplemente, porque rechazaba verbalizar.  Como psicoterapeuta, seguiré tus progresos a la distancia suficiente, como para darte mi aportación objetiva de las cuestiones que se te planteen. Ahí, en ese punto, podemos decir que el paciente, gracias a sus acciones y a su esfuerzo, está iniciando su curación.