vejezActualmente vivimos una situación atípica que afecta de un modo u otro a todas las personas que conformamos la sociedad. En este artículo me quiero centrar en los efectos del confinamiento y las medidas de distanciamiento social en las personas con demencia no ingresadas en residencias geriátricas y las secuelas que aflorarán en la etapa de “nueva normalidad”.

Las personas con demencia, ya sea senil, vascular, Alzheimer… suelen mostrar, ya en fases leves, deterioro del sentido de la realidad, carácter depresivo, irritabilidad y apatía entre otros muchos síntomas, todos ellos se ven agravados tras dos meses de confinamiento estricto.

Tengamos en cuenta que las indicaciones para el tratamiento no farmacológico de estas personas suele incluir en gran medida actividades y rutinas que requieren de interacción social (acudir a centros de día, grupos de terapia…) y actividades al aire libre como los paseos.

Todo este conjunto de acciones, realizadas tanto por familiares y cuidadores como por los profesionales de los centros de día, tiene como objetivo aproximar a las personas con demencia a un equilibrio ocupacional que los aleje de la apatía, la depresión y el sedentarismo, y fomentar su autonomía personal y participación en la comunidad.

El largo confinamiento al que nos hemos visto sometidos ya está dejando ver diversas complicaciones en el curso de las enfermedades neurodegenerativas en muchas personas. Al verse imposibilitada la puesta en práctica del conjunto de acciones antes descrito (debido a la suspensión de la actividad de centros de día y unidades de respiro) se ha fomentado que estos pacientes muestren un alto nivel de sedentarismo, con consecuencias como problemas de retorno venoso, rigidez o sobrepeso.

Lo mismo ocurre con las áreas cognitivas, ya que aunque se trate de estimular de modo informal a las personas en casa este no es el lugar idóneo para tal fin, ni se dispone del material necesario para una estimulación cognitiva completa y eficaz.

Las consecuencias a nivel cognitivo pueden ser diversas, lo más habitual será un empeoramiento del estado cognitivo general, normalmente acentuado en las capacidades de orientación temporal, espacial y personal, es decir, problemas para que la persona se ubique dentro de su entorno, pudiendo esto ser causa de problemas conductuales y/o delirios. Por supuesto tanto el deterioro físico como el cognitivo son causantes de una pérdida de autonomía personal, convirtiendo a la persona con demencia en más dependiente y demandante de apoyo para realizar las Actividades de la Vida Diaria.

La transición al estado de “nueva normalidad” de las personas con demencia no será, a priori, sencillo. Ya que rutinas como paseos, asistencia a centros o participación en la comunidad, que tanto puede costar instaurar se han visto devastadas por el confinamiento.

Es preciso que los familiares tengan en consideración los efectos anteriormente mencionados para hacer más llevadero el retorno a la normalidad. Es preferible marcarse pequeños objetivos diarios en lugar de grandes metas a largo plazo, para tratar de instaurar rutinas que aporten equilibrio a su día a día.

Cada persona desarrolla la enfermedad de un modo distinto y puede que haya casos en los que la reincorporación a recursos como centros de día o unidades de respiro haya que realizarla de forma lenta y paulatina si vemos que la persona en cuestión lo pasa mal, se angustia o si notamos una mayor desorientación o problemas de conducta o emocionales. En este momento, más que nunca, es importante la empatía y ser conscientes de lo que conlleva una demencia.

Este artículo es una colaboración de Ángel Ruiz Martínez. Terapeuta Ocupacional (CV86)