CANCER Y FAMILIAUna mujer de 70 años acude al médico sola, a pesar de las quejas y las súplicas de las personas de su entorno más cercano, ella asegura “pero, ¿qué queréis venir a hacer? ¿ qué me va a decir? ¡lo mismo de cada revisión!, que hasta la próxima”.

Parece tan extremadamente convencida de lo que dice, que a todos les pilla por sorpresa aquella llamada tan sólo unos minutos después. La voz entrecortada de su marido que solo conseguía balbucear y una mirada llena de lágrimas. Cuando cuelga el teléfono, solo puede decir “tiene cáncer, cáncer de pecho” y los sollozos estallan.

No les hables de actitud positiva, ni de batallas, ni de ganar…porque no están dispuestos a admitir que podrían llegar a perder.

Como psicólogo puedes dar miles de recomendaciones en cientos de tratamientos de pacientes oncológicos. Sin embargo, cuando el paciente es tu propia madre, todo cambia. Dejas de pensar como una profesional y sientes, sufres y temes como una hija. Sí, en contra de lo que pueda parecer, los psicólogos también somos humanos, también lloramos e, incluso, nos derrumbamos.

El impacto en la familia al recibir el diagnóstico

Una de las reacciones emocionales más frecuentes que se producen es la negación. Por eso, de no existir confianza con el médico, se produce un bloqueo emocional que lleva a la búsqueda de segundas, terceras y hasta cuartas opiniones que les permitan escuchar aquello que quieren oír: que se han equivocado, que no hay cáncer. De esta manera, se pide que se vuelvan a repetir las pruebas, se desconfía del médico, incluso se llega a pensar que los resultados de las pruebas no les corresponden. El diagnóstico supone un enfrentamiento a la propia mortalidad para el que nunca se está preparado. Aquello que parecía muy lejano, de repente, se vive como cercano y real.

El diagnóstico se asimila a un ritmo diferente para cada miembro de la familia y eso puede llegar a producir desencuentros. Y también, paradójicamente, felices encuentros. En cualquier caso, el momento es realmente difícil.

Empieza a aparecer el miedo. Miedo al hospital, a las pruebas, a los efectos secundarios, a la respuesta al tratamiento. Tanto el equipo médico como las diferentes citas médicas pueden llegar a hacerse omnipresentes en todas las conversaciones y decisiones que toma la familia.

En el paciente aparecen otros miedos. Miedo al rechazo por parte del resto de la familia y amigos,  miedo al abandono por parte del cónyuge, miedo a la muerte y al propio momento de morir unido al miedo a no acabar proyectos, a abandonar a la familia y que no sean capaces de recuperarse, a que se olviden, al sufrimiento asociado a su muerte, a “qué habrá después de la muerte”.

Se preguntan ¿por qué les ha tocado a ellas esta enfermedad? ¿qué han hecho mal? Y ese desconocimiento genera mucha ansiedad. Hay quienes sienten vergüenza al considerar la enfermedad como algo ‘malo’ y se sienten diferentes. Entonces tienden a evitar hablar de ello con la familia o los amigos, lo que contribuye a la aparición de sentimientos de soledad. Puede ocurrir al contrario, y existir una necesidad constante de hablar de ello, como si al escucharlo la persona fuera asumiendo mejor el diagnóstico.

Otra de las emociones frecuentes entre las personas diagnosticadas de cáncer y sus familias es la tristeza, acompañada de llanto profuso y frecuente, confusión mental y apatía. Hay quien tiene la sensación de no sentir nada, simplemente, de estar viviendo una serie de acontecimientos que ve como “desde fuera”.

Los miembros de la familia suelen estar en un estado de hipervigilancia y ansiedad, mostrándose altamente receptivos a los mensajes que los médicos transmitan. Al mismo tiempo, dejan sus planes suspendidos hasta no tener la situación un mínimo de control. Con el paso del tiempo, la familia del paciente con cáncer se deberá situar en una posición de aceptación del cambio, manteniendo el sentido de continuidad entre el pasado y el futuro, siendo básica su flexibilidad.

Impacto durante la evolución del cáncer

Se producen gran cantidad de cambios tanto en la persona con cáncer como en su familia para hacer frente al tratamiento de la enfermedad. Las fortalezas y/o vulnerabilidades propias de cada sistema familiar facilitarán o debilitarán la adaptación.

La aplicación tanto de la quimioterapia, la radioterapia y la hormonoterapia, así como de la cirugía,  produce numerosos síntomas tanto al paciente como a su familia. Durante el proceso de la enfermedad,  los cónyuges son quienes más presentes están. En ellos recae el mayor peso y quienes ofrecen apoyo tanto al paciente como al resto de la familia. Las relaciones familiares suelen verse afectadas  ya que los diferentes patrones establecidos durante años tienden a perpetuarse, con dificultades de flexibilización. Estos patrones, basados en la historia y reglas de la familia, pueden dificultar la comunicación entre los miembros, la distribución de las tareas a las que hacen frente o hacer aparecer conflictos de roles. Cuestiones sin resolver tanto dentro del sistema familiar como en las familias de origen pueden resurgir en estos momentos.  Puede dar lugar a cambios de roles.

El tratamiento de radioterapia se asocia a una sensación de claustrofobia. La tristeza y la ansiedad anticipatoria suelen acompañar los días previos a las sesiones. La fatiga y el retraimiento social los días posteriores. La familia puede vivir esto con cierta rabia, debido a que manifiesta un profundo dolor por ver así a su familiar, miedo a que el tratamiento no resulte eficaz e impotencia por no poder ofrecer alivio. La quimioterapia se asocia con el sufrimiento, lo cual crea mucha ansiedad tanto en el enfermo como en sus familiares, quienes se suelen ver desbordados y se sienten incapaces de ayudar a su familiar, generando culpabilidad y enfado. El impacto de la sintomatología asociada a la quimioterapia en el funcionamiento diario de la familia es muy severo.

La persona enferma puede sentirse enfadada debido a no poder continuar con su ritmo de vida habitual y por sentirse físicamente mal. El enfado tiende a dirigirse contra los servicios de salud, el personal que les atiende, contra la familia, o incluso contra Dios en las personas creyentes. Realmente, está enfadado con la enfermedad  y con los tratamientos y se siente impotente por no poder controlar la situación. La ambivalencia afectiva es otro de los sentimientos frecuentes, especialmente entre los familiares.

Una alteración frecuente en la comunicación familiar suele ocurrir es la conspiración o pacto del silencio. Se trata de evitar ofrecer información a la persona enferma sobre el desarrollo del cáncer por presión del sistema familiar, aparentando una normalidad que no existe y hablando sobre situaciones cotidianas pero, en ningún caso, se autoriza a interrogar acerca de la enfermedad o su pronóstico. Ello es como consecuencia de determinados patrones culturales que buscan  la protección del enfermo, tratando de evitar su sufrimiento al no permitirle conocer la realidad de su situación.

Culturalmente existe una actitud social de evasión ante la muerte, eludiéndose hablar de ella. Cuando la familia decide realizar un pacto de silencio, la relación entre ésta y los profesionales puede ser tensa. Además, la presión por aparentar esa normalidad y evitar la expresión de sus emociones puede causar un sufrimiento adicional, dificultando la elaboración del duelo en el futuro. A veces, el pacto de silencio parte del propio paciente, quien prefiere no hablar con su familia sobre el cáncer.

Pero ¡debes mantenerte fuerte!

¿Por qué? ¿Alguien me puede dar una razón justificada, aparte de que soy psicólogo, para no tener que llorar? Me cuentan que, desde algunas perspectivas, está “muy mal visto”,  llorar ante el paciente. Pero, no es “mi paciente” y, si lo fuera, ¡qué más daría! ¿No puede un psicólogo llorar con su paciente? ¿A eso no se le llamaba empatía?

¡No puedes mostrar tu rabia! Y lo entiendo. Pero no porque no la tenga. Creo que es una mala pasada del destino, del karma o de quién sea, qué es injusto ¡Tan felices que éramos! Y, lo más curioso, es que no nos dábamos ni cuenta.

¡Actitud positiva! No me queda (no nos queda) más remedio. Pero es ella la primera que está dando todo un ejemplo de fortaleza y actitud y nos dice: “Lo tengo, ¿no? ¡Qué le voy a hacer!”. Y se ríe con esa risa contagiosa que es sólo suya

No quiero, no puedo, pero debo mantenerme fuerte. Y, a pesar de que me lo repito de forma incesante, parece que no consigo creérmelo, no sé si quiero creérmelo.

Este partido lo vamos a ganar

Entre todos, por todos aquellos que, alguna vez, han estado en un proceso como el nuestro ahora y han conseguido recuperarse o no.

Porque, este partido se ganará en el momento en que dejemos de pensar en los yoes individuales, por muy dolorosas que sean nuestras historias y pensemos que, cada año 14 millones de personas en todo el mundo reciben un diagnóstico de cualquier tipo de cáncer, mientras que 26.000 mujeres descubren, cada año, que tienen cáncer de mama.

Si nos unimos y trabajamos para mejorar la información, la concienciación y la prevención, miles de estas personas dejarían de enfermar y, con ellas, sus familias. En el caso del cáncer de mama ¿sabías que se dejan de hacer mamografías de cribaje a los 70 años? ¿Significa eso que, llegados a una determinada edad, se decide quién es “útil” y quién “no es útil”?  Si a mi madre le hubieran hecho la mamografía de los 70 años, posiblemente hoy les estaría hablando de otro tema.

Me sumo a los compañeros que afirman que esto no se debe plantear como una lucha porque si hay un ganador (el cáncer) significa que hay un perdedor. Y, estaréis conmigo, en que las familias ni nos planteamos la posibilidad. Esto es un partido, se juega en equipo y hay posibilidades de empatar el partido pero, con un buen tratamiento, un buen equipo médico y una actitud positiva, lo más seguro es que tengamos un equipo líder. ¿Tendremos que trabajar mucho?¡ Y qué más da! A nadie le viene dado nada solo por el mero hecho de desearlo con todas sus fuerzas pero si tiene fuerzas para desear, es más probable que una porción del trabajo esté hecho.

Eso que de verdad importa

¿Sirve de algo un cáncer? Seguro que la mayoría diréis que no y, en parte, estaréis en lo cierto. Sirve para que la preocupación, la ansiedad, la inseguridad, la rabia y la tristeza más profunda que puedas recordar inunde tu vida.

Sin embargo, de repente, todo aquello que considerabas importante como el éxito profesional, ser conocido por ello mismo, tener más dinero, unas vacaciones, cambiar unos muebles, comprar… deja de tener aquella consideración que se le había dado hasta entonces y pasa a ganar terreno el tener cosas pequeñas e, incluso, intrascendentes: un nuevo despertar, un anochecer lleno de besos, un abrazo sorpresa, la conversación en el sofá, la maravillosa película que ya hemos visto 15 veces y que nos sigue gustando tanto como la primera vez, mientras llueve fuera, debajo de la manta y tomando bombones…

Y, tantas cosas, tantos recuerdos que creíamos olvidados y que vuelven a aparecer. Tantas personas recuperadas porque la distancia era la de un simple mensaje o llamada telefónica. Es curioso ver cómo hacemos las cosas mucho más complicadas de lo que son y todo lo que nos llegamos a perder por ese motivo.

Estoy segura de que esto será un proceso de renovación de todos, como personas. Y que, cuando salgamos del tratamiento, seremos más capaces de amar en lugar de temer la vida. Quizás, a eso es a lo que se le llama hallar el “sentido de la vida” y que, de momento, resumiría en: No existe la felicidad completa y en todo momento. Existen momentos felices y esos son los que debemos guardar para saborearlos en momentos como éste u otros. No olvidar sonreír, abrazar y decir te quiero, mientras se pueda hacerlo, porque la vida sólo es un préstamo. ¡Disfruta de ella!

“Y una vez que la tormenta termine no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha terminado realmente. Pero, una cosa sí es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata esta tormenta”. ( Haruki Murakami)

Este artículo se lo dedico a mamá. El más difícil que he escrito nunca.