El 2020 ha sido un año crítico para la salud mental y 2021 se presenta como poco más que una secuela algo edulcorada de lo que fue el año del coronavirus y el confinamiento. Es cierto que, durante estos últimos meses, el mundo ha salido de su parálisis para volver a girar. Sin embargo, son muchas las personas que han visto su salud mental puesta en juego en cuarentena y han tenido que seguir adelante con ella a cuestas.
Los españoles lideran el consumo de ansiolíticos en todo el mundo

Por eso no es de extrañar que la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de fe de «la disminución de la oferta y el incremento de la demanda» de sustancias sometidas a fiscalización internacional para uso médico. El informe surge de la cooperación internacional entre cientos de países, que colaboran «para asegurar que los medicamentos importantes lleguen a los profesionales de la salud y los pacientes, y que los precursores puedan comprarse y venderse con fines lícitos entre los países, previniendo al mismo tiempo que se desvíen a canales ilícitos».
España ha colaborado en el informe de la JIFE por primera vez en tres años y se ha situado a la cabeza en el consumo de benzodiazepinas, un tipo de medicamento que tienen un efecto calmante sobre el sistema nervioso central y que, por lo tanto, sirven para combatir la ansiedad. El informe señala que «las cifras de consumo más elevadas de todas las benzodiazepinas que eran muy comunes en el mercado lícito en conjunto, expresadas en S-DDD (dosis diarias definidas con fines estadísticos) por cada 1.000 habitantes por día, fueron las comunicadas por España, Serbia, el Uruguay, Israel, los Estados Unidos y Hungría, en orden descendente».

¿Por qué se consumen tantos ansiolíticos en España?
Desde hace años, los profesionales de la salud que trabajan en Atención Primaria han denunciado las deplorables condiciones en las que se ven obligados a ejercer: poco personal sanitario, falta de refuerzos, falta de inversión y escasez de médicos y enfermeros especializados en atención primaria (0,77 y 0,66 respectivamente, por cada 1.000 habitantes).
Esta situación, agravada por la pandemia, dificulta el estudio exhaustivo de la situación de cada paciente y empuja a los sanitarios a recetar ansiolíticos u otros medicamentos en lugar de derivar a los pacientes a un psicólogo clínico o psiquiatra, aún más escasos y saturados.
Además, la inconveniencia de las citas telefónicas, que impiden a muchas personas comunicarse de manera eficaz y detallada, dificulta el diagnóstico. De este modo, muchas personas se ven sin más remedio que recurrir al consumo de ansiolíticos, lo que explica la espectacular subida del 14% que experimentó el consumo de ansiolíticos y antidepresivos durante el confinamiento, según los datos del Consejo General de Colegios Farmacéuticos.
¿Es recomendable consumir ansiolíticos?
Hay que dejar una cosa clara: el remedio más efectivo contra la ansiedad es la terapia psicológica. Sí, es cierto que los ansiolíticos, como las benzodiazepinas, atacan el Sistema Nervioso Central, lugar donde se produce el mecanismo de la ansiedad, pero no proporcionan una cura definitiva. La atención psicológica, por el contrario, te proporciona las herramientas necesarias para hacer frente a esas situaciones desagradables que producen la ansiedad y que pueden reaparecer en el futuro.

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Pedir citaLos ansiolíticos suponen un parche a corto plazo, puesto que, al atacar el Sistema Nervioso Central, provoca la desaparición de los síntomas. Sin embargo, no conviene consumirlos durante más de ocho semanas, aproximadamente, y diversos estudios científicos estiman que comienzan a perder efectividad en torno a las cinco semanas de tratamiento. Además, su consumo genera tolerancia en el organismo, por lo que en muchas ocasiones, para que sigan surtiendo efecto, es necesario subir la dosis.
En 2013, la OMS dio la voz de alarma sobre el uso de las benzodiazepinas para combatir el estrés: «muchas personas desarrollan tolerancia a sus efectos, apenas obtienen beneficio terapéutico cuando las consumen de forma crónica, se vuelven dependientes de ellas y sufren un síndrome de abstinencia al dejar de tomarlas».
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