¿Eres de los que aprovecha cualquier momento para mirar el Facebook? ¿Por qué? ¿Ocio, vigilancia, control? ¿A cuántas parejas has escuchado ya discutir por culpa de facebook, de lo que publican en redes sociales o de «amigos» no deseados en su grupo de fans? Internet ha revolucionado el modo en que nos comunicamos y ha acortado distancias, para lo bueno… y para lo malo.
En una terapia de pareja, ambos integrante manifiestan que sus únicos amigos son aquellos que tienen en Facebook. Aunque ahí se presenta la primera diferencia y, por qué no, las primeras comparaciones envidiosa: él tiene 2.145 mientras que ella 1832. Ya lo dicen, ¿verdad? Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. No obstante, ¿qué sucede cuando se tienen “miles de amigos”? ¿Lo son realmente?
Probablemente tenemos la necesidad de notoriedad y reconocimiento público a partir de tener incontables “amigos”. Esto significa que vivimos arraigados ante la necesidad de que nuestros amigos “reales” y, muy especialmente, nuestros “muy poco amigos” – eufemismo que usaremos para denominar a esos amigos facebookianos a quienes tampoco queremos llamar “enemigos” – vean lo tan felices que somos, a pesar de que la gran mayoría de estas personas no estén en nuestras vidas. Las maravillosas vacaciones que hemos pasado, las sonrisas espléndidas que mostramos a cámara y los muchos comentarios o “me gusta” que tenemos. Nos encanta hacer un bello escaparate de nuestra vida. Y, así, del mismo modo que expondríamos nuestra colección de sellos, motos, coches o joyas, si las tuviéramos, proyectamos con emoción nuestra vida más privada al exterior.
De esta manera, pues, y sin darnos cuenta, estamos construyendo una versión de la realidad apta para casi todos los públicos pero, sobre todo, para que sea vista por aquellos más – supuestamente – envidiosos. Por tanto, y teniendo esto en cuenta, escondemos de esta “vida virtual” cualquier momento triste, amargo, desmotivante, frustrante e incluso aquellos momentos en los que cualquiera de nosotros llega a su límite y está hasta las narices de todo o de alguien. Un alguien que, como seguramente formará parte de nuestra lista de “amigos”, le enviaremos un mensaje público – para ayudar a que pase el mal momento – alabando la belleza y/o cualidades del otro. “Ha sido maravilloso, cariño, y tú, guapísimo/a como siempre. Lo tenemos que repetir”, por ejemplo.
No cabe lugar a duda de que hay una cierta artificialidad en los comentarios de Facebook, donde todos nos mostramos felices y encantados de habernos conocido. Sí, aunque no nos conozcamos de nada; como si los momentos de debilidad quitasen puntos en este enorme aparador social que es Facebook. Y eso, desgraciadamente, hace que el miedo, incluso el terror, llenen a algunas personas ante la perspectiva de ser eliminados de esta gran red social.
¿Recordáis la terapia que presentábamos al principio? Él con más amigos que ella. Volvamos hacia ellos. Su principal problema no era otro que Facebook. Uno de ellos iba añadiendo personas del sexo contrario como amistades ante la irritación de su pareja. La terapeuta, con paciencia, busca y dicta la solución: “eliminad ambos vuestras cuentas de Facebook”.
En ese momento, la disputa entre los integrantes cesa, sí, pero para enzarzarse en común frente a la terapia por tener semejante “ocurrencia”. La idea de desaparecer de Facebook significa no formar parte de la red de relaciones que se establece, no estar “a la última” y, por ende, ¡no tener amigos!

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Prueba una sesión gratisY así, volvemos al principio; la amistad es una construcción social según un sistema de criterio y, por tanto, no arbitrario. Eso significa que no podemos estar seguros de compartirla ni tan solo con aquellas personas a quienes llamamos amigos ya que, posiblemente, podemos decir que somos amigos de alguien sin que éste alguien se reconozca como amigo nuestro.
A pesar de todo, para construir algo necesitamos a alguien e inevitablemente siempre encontramos personas con quienes no encajamos de ninguna de las maneras des del principio. No obstante, la construcción de una posible amistad recae en la implicación de ambos como mínimo; puede que una persona no sepa qué es la amistad en tanto que no la ha experimentado de forma sincera jamás o no ha sabido ser un buen amigo/a, sí, pero no significa que sea el final: siempre se puede aprender a saber llevar la amistad. Por ello, no podemos prefijar qué es y qué no es la amistad, de modo que así, aquello que descubrimos en otra persona y viceversa, ésta en nosotras, siempre será algo nuevo.
No podemos entender la amistad de otra forma. No podemos pretender tener 3kg de amigos o 2.185 personas que no conocemos en nuestra vida. Se trata de dejar la puerta abierta – con la posibilidad de cerrarla de golpe, si llega el caso – aceptando de antemano a ese/a amigo/a y ver qué se construye entre ambos. Así, indudablemente encontrarás a mucha gente que se complementará contigo – unos en unas cosas, otros en otras; unos más, otros menos – y creando así amistades fuertes que durarán, seguramente, mucho más que una pantalla. Mientras tanto, y por si acaso, si nos vemos por ahí… ¡no me elimines de tu Facebook!
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