El frío es la metáfora por antonomasia relacionada con la soledad. Describimos como “fría” aquella persona que es distante o poco sociable. Nos “quedamos helados” cuando recibimos una mala noticia que nos desubica. La tristeza y desamparo nos incitan a buscar el “calor humano”, un eufemismo contrapuesto al frío. Nuestro lenguaje asocia la soledad con el frío, sí, pero ciertamente lo que se desconocía en el mundo científico es que la exclusión social provoca realmente la sensación física del frío. Así lo ha manifestado un reciente estudio psicológico canadiense publicado en la revista Psychological Science.
Geoffrey J. Leonardelli y Chen-Bo Zhong, psicólogos de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, han realizado dos experimentos para demostrar que el aislamiento social y los sentimientos de soledad y aislamiento producen una sensación física de frío.
La privación del contacto social causa estrés, tanto en seres humanos como en animales. En este sentido, el rechazo no sólo produce ansiedad y depresión, sino que activa áreas del cerebro que regulan el dolor físico. Partiendo de esta premisa, los psicólogos Leonardelli y Zhong emprendieron su investigación: ¿la exclusión social produce literalmente la sensación de frío?
Cuestión de integridad social
Partiendo de una muestra de 117 participantes, el análisis clínico, dividido en dos experimentos, se centró en observar cómo los participantes percibían la temperatura exterior tras haber experimentado situaciones de aislamiento social.
En el primer experimento se dividió a 65 usuarios en dos grupos y, por separado, los investigadores pidieron a un grupo que evocara una experiencia de exclusión social y, al siguiente, que recordara una experiencia inclusiva. A continuación se pidió a los participantes que estimaran la temperatura de la habitación que compartían, ante la cual hubo una horquilla de respuestas que variaba de los 12 a los 40 grados. Como era de esperar, los participantes que recordaron la experiencia de aislamiento social fueron quienes apuntaron cálculos de temperaturas más bajas que el resto.
El segundo experimento reprodujo el mismo sistema que el primero pero creando una experiencia real de exclusión social. Para ello, se instó a 52 participantes a jugar a un juego de pelota online con otros internautas, sin saber que realmente el “juego” estaba controlado por un programa informático. Mediante el juego virtual, la mitad de los participantes recibieron el balón múltiples veces, mientras que el resto tan sólo recibió la pelota un par de veces y fueron ignorados en más de treinta pases de la pelota. Tras este ejercicio, se acompañó a los participantes a un supermercado a determinar su ratio de preferencia entre distintos productos, incluyendo una botella fría de coca-cola, manzanas, crackers, sopa caliente o café caliente. Las preferencias de cada participante demostraron la teoría conjeturada: aquellos que se habían sentido apartados durante la partida buscaron el calor de los productos calientes, mientras que los usuarios que sí habían percibido la “calidez” del grupo durante el juego, tendieron a elegir bebidas refrescantes.
La psicología, más cerca de realidad física
Si bien el estudio se llevó a cabo con estudiantes de la Universidad de Toronto en cubículos y condiciones controladas, sus conclusiones podrían aplicarse a nivel cultural para explicar las diferencias entre distintas sociedades.
El profesor Leonardelli comentó: «Nuestro trabajo abre la posibilidad de que experiencias como la ‘depresión invernal’ puedan ser reducidas por sensaciones más grandes de inclusión y pertenencia”. También apunta a la posibilidad de que, mientras una taza de té caliente no puede reemplazar los sentimientos de vinculación, “podría ayudar a regular y reducir esas sensaciones de aislamiento”.
Por su parte, el profesor Zhong señaló que “nunca habíamos imaginado que las metáforas qe usamos en cualquier conversación cotidiana tiene certeramente un vínculo con una realidad psíquica, pero caramente, así es”. Tras los resultados del estudio, Zhong especula que podría haber una conexión entre aquellas partes del cerebro que monitorizan la temperatura y aquellas otras relacionadas con la interacción social. No obstante, Zhong matiza que para investigar estas hipótesis serán necesarios estudios mediante resonancia magnética (MRI) que se desarrollarán próximamente.